domingo, 8 de septiembre de 2013

Imperio Lunar del Sol Naciente

En el verano austral de 1983-1984, poco antes de mi decimocuarto cumpleaños, yo disfrutaba de uno de mis muchos veraneos infantojuveniles geselinos, alimentando mis precoces vicios lectores con el generoso catálogo de una librería geselina posteriormente degenerada en un miserable kiosco de diarios. Poco antes del inicio de aquel estío, la Argentina había asistido a una restauración constitucional precedida del incalificable colofón procesista de su dilatada era golpista. Era hora de volver a abrigar esperanzas en el futuro. Como aquel futuro vaticinado en un multicolorido texto infantojuvenil editado en la España de 1981, obligada por el Tejerazo a abrigar las esperanzas en el futuro que, pese al calor estival, se imponía abrigar en la Argentina en aquel verano austral de 1983-1984, tras la hora más oscura vivida hasta entonces por mi patria. El citado texto infantojuvenil llevaba por título El mundo del futuro. Ciudades futuras. Vida cotidiana en el siglo 21 y pretendía vaticinar cómo viviría la Humanidad en la actual centuria. El modesto ensayo futurológico afirmaba que, en el año 2020, ya habría seres humanos habitando la Luna, con millares de hijos selenitas infantojuveniles, y que nuestro satélite podría ser sede de los primeros Juegos Olímpicos del próximo decenio. Como no he conservado el texto en cuestión, debo apelar a mi memoria, felizmente exenta, al menos por ahora, de los estragos de ese Alzheimer tan inenarrable como esos horrores procesistas que empezaba a dejar atrás la Argentina de aquel lejano primer trimestre de 1984.
  

El texto en cuestión no podía sino fascinar al muchachito que era yo por aquel remoto entonces. La realidad se encargaría posteriormente, no siempre con amabilidad, de incitarme a diferenciar entre fantasías y realidades, sin por ello perder esa esperanza que el maestro Jorge Luis Borges calificó noblemente, en una de sus milongas, como algo jamás vano. Han transcurrido casi tres decenios desde aquel verano austral de 1983-1984. Hace cuatro décadas que ningún ser humano visita la Luna. Los seres humanos seguimos habitando un único planeta, la Tierra. Pero seguimos celebrando, cada cuatro años, las olimpiadas resucitadas a fines del siglo XIX por el barón Pierre de Coubertin, tras quince siglos sin esos juegos olímpicos celebrados en la antigua Grecia durante un milenio. Por estos días sesionó, en la capital argentina, un Comité Olímpico Internacional (COI), encargado de dictaminar dónde se celebrarían los Juegos Olímpicos de 2020. El veredicto del COI, por supuesto, no recayó en una inexistente colonia humana lunar, sino en Tokio, capital de un Japón obligado, en 1945, a presenciar la reproducción de los cráteres lunares en Hiroshima y Nagasaki, efectuados por la patria de Neil Armstrong con sendas bombas atómicas, materializadas tras un trienio de ultrasecreta labor científica en Nuevo México y lanzadas sobre urbes niponas con la intención de poner punto final, de una buena vez, a una Segunda Guerra Mundial iniciada seis años antes con decenas de millones de seres humanos privados de ese elementalísimo derecho vital humano negado a tantos argentinos por esa dictadura procesista concluida en vísperas del verano austral de 1983-1984. Había que poner punto final de una buena vez a la Segunda Guerra Mundial. Aunque Hirohito, emperador del Sol Naciente, debiese perder doscientos mil súbditos en cuarenta y ocho horas para dejar de creerse una reencarnación de la diosa solar shintoísta Amateratsu y fotografiarse democráticamente con su vencedor estadounidense Douglas McArthur.
McArthur falleció el  5 de abril de 1964. Seis meses después, Hirohito inauguraba los primeros Juegos Olímpicos albergados por la capital japonesa. Como Hirohito expiró hace casi un cuarto de siglo, las olimpiadas tokiotas de 2020 serán inauguradas por su hijo Akihito o su nieto Naruhito. En 1964 faltaban escasos cinco años para que Neil Armstrong posara sus pies cerca de esos cráteres lunares reproducidos en 1945 por las bombas atómicas estadounidenses recibidas por Hiroshima y Nagasaki. El suelo nipón ya no albergaba réplicas de cráteres lunares, sino señas materiales del tan mentado "milagro japonés". El autor de El mundo del futuro... parece haberse equivocado. Falta poco más de un sexenio para el año 2020 y es dudoso que la Humanidad llegue a esa fecha en condiciones de celebrar una olimpiada lunar (que no podría celebrarse antes de 2024, pues las olimpiadas de 2020 ya tienen asignada su sede en la capital nipona). La Luna recibe su luz de un Sol encarnado, según el shintoísmo, en una Amateratsu adorada en el Imperio de un Sol Naciente que no tiene por qué pelearse con una Luna frecuentemente concebida, por alguna extraña razón, como antítesis inconciliable del astro rey.