martes, 26 de noviembre de 2013

Huevos de chocolate


Ricardo Fort entrevistado al dirigirse a votar en las PASO del domingo 14 de agosto de 2011


A mediados de marzo de 1980, la capital argentina y sus alrededores fueron azotados por un calor inmisericorde, que obligó al régimen procesista a suspender por unos días un ciclo lectivo recién abierto. Yo estaba por cumplir diez años y asistía a una escuela privada recién mudada al barrio porteño de Almagro, bastante alejado de mi domicilio boquense. Notificado telefónicamente por las autoridades de mi establecimiento educacional, mi padre Alberto me retiró de mi escuela al volante del primero de los cuatro Renault 12 que poseería entre 1976 y 1990. Pocos días después, nos visitaban Elena y Alfredo, mis abuelos paternos, que llevaban 31 años al frente de un importante negocio de panadería, confitería, pastelería y servicios de lunch, cercano a la estación ferroviaria bonaerense de Lanús, actualmente explotado por otra firma comercial, del cual mis abuelos se desvincularían al jubilarse en 1984. Se acercaba la Semana Santa y mi abuelo se quejaba de la canícula abatida días atrás, que había amenazado con derretir una costosa partida de huevos pascuales de chocolate, encargada por mi abuelo a Felfort para su local comercial de Lanús. 
Yo ignoraba por entonces que jamás heredaría el negocio de mis abuelos (jubilados cuando yo sólo tenía catorce años, edad harto inapropiada para estar al frente de un negocio que mi padre, hijo único, no había querido encabezar, prefiriendo, en cambio, obtener el diploma universitario que mis abuelos, inmigrantes o hijos de inmigrantes, jamás habían podido tener). En vísperas de mi décimo cumpleaños, yo también ignoraba que las instalaciones de Felfort distaban pocas cuadras de mi escuela de Almagro y que Ricardo Fort, nieto de su fundador Felipe Fort, sólo me llevaba dos años, provenía de un hogar bastante más pudiente que mi hogar boquense y, a diferencia mía, heredaría el negocio de su abuelo, muchísimo más lucrativo que el negocio de mis abuelos.
Pasaron los años y los decenios. Al fallecer mis abuelos, se me hizo evidente que los cuerpos humanos, expuestos al frío, se endurecen como los huevos pascuales de chocolate. Ayer se me hizo evidente cuando empezó a enfriarse el cuerpo de Ricardo Fort, a la temprana edad de cuarenta y cinco años. Cuando mis abuelos tenían diez años, la peor pena penitenciaria vigente en la Argentina consistía en ser enviado a una cárcel de Ushuaia conocida como la cárcel del hielo, debido a los rigores del clima fueguino y del régimen penal. Pero de esa cárcel del hielo se podía volver. No así de la cárcel del hielo del sepulcro. Bien decía Joan Manuel Serrat en una de sus memorables canciones: "Pero los muertos están en cautiverio/Y no los dejan salir del cementerio". Al cuerpo de Ricardo Fort no le faltará el frío que amenazó con faltarles, en aquellos calurosísimos días de 1980, a los exquisitos huevos pascuales de chocolate de Felfort encargados por mi abuelo.       

lunes, 25 de noviembre de 2013

Una elección peculiar

Tras treinta años de continuidad democrática ininterrumpida, el voto se ha convertido en una acción rutinaria para el electorado argentino. Atrás han quedado largas épocas de golpismo cívico-militar, fraude electoral, voto esporádico o condicionado, sufragio con restricciones genéricas.  Durante los últimos tres decenios, los argentinos nos hemos acostumbrado a elegir a nuestros gobernantes.  Desde el anteaño, el lanzamiento de las PASO nos ha impuesto el saludable hábito de oficializar candidaturas antaño consagradas en internas o convenciones partidarias frecuentemente cuestionables.
En 1997 me inscribí en el profesorado de Historia dictado en una institución terciaria del gobierno porteño. La capital argentina acababa de convertirse en una ciudad autónoma con gobernantes electivos. Poco después de mi ingreso al profesorado, mi casa de altos estudios recibió su copia de una resolución normalizadora dictada por el doctor Horacio Sanguinetti, ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA) [1] y secretario de Educación del primer gobierno electivo de la Reina del Plata. El doctor Sanguinetti disponía la normalización de las instituciones terciarias del gobierno porteño. Normalizarlas implicaba emplazarlas a tener autoridades electivas. Poco después, asumían el primer rector y vicerrector electivos de mi casa de altos estudios. Desde entonces, mis votos de estudiante o graduado han contribuido a ungir rectores, vicerrectores, regentes y jefes de departamento de mi casa de altos estudios, que, por estos días, recibirá mi voto para un balotaje destinado a dirimir quiénes ocuparán el rectorado y vicerrectorado en los próximos años.
Sueño con una Argentina con funcionarios judiciales electivos, alejados del deprimente espíritu aristocratizante aferrado con lastimosa obstinación por los actuales integrantes del cuerpo judicial argentino, pese al valeroso intento de democratización judicial promovido por la presidenta-abogada Cristina Fernández de Kirchner y dejado en suspenso a cambio de la declaratoria judicial de constitucionalidad de la ley mediática de 2009. En estos días los Estados Unidos han conmemorado el cincuentenario del atroz asesinato de su presidente John Fitzgerald Kennedy, el célebre JFK, masacrado en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Durante mi estancia vacacional geselina de enero de 1992, compartida con mis padres, mi difunta abuela materna y mi hermana dos meses y medio antes de mi vigesimosegundo cumpleaños, asistí al estreno geselino de la película estadounidense JFK, dirigida por mi admirado Oliver Stone, dueño de un coraje infrecuente entre cineastas estadounidenses frecuentemente sojuzgados por la añosa tiranía hollywoodense. En el film de Stone, Kevin Costner encarna a Jim Garrison, célebre fiscal de Nueva Orleans, fallecido nueve meses después del estreno geselino de JFK y honrado por Stone con una discreta inclusión en el reparto de su película. En el film de Stone, Costner interpreta al Garrison de 1963-1969, descontento de las conclusiones de la Comisión Warren sobre el asesinato de JFK y propulsor de una tesis alternativa sobre el crimen de Dallas, infructuosamente defendida por el fiscal Garrison ante los tribunales de Nueva Orleans, con imputados acusados por Garrison y absueltos por sus jueces. En una escena de JFK, rodada en las calles de Nueva Orleans, el Garrison de Costner es interceptado por una corista de poca monta interesada en colaborar con la fallida investigación de Garrison sobre el crimen de Dallas. La interlocutora de Garrison recuerda haber coincidido brevemente con Garrison durante la campaña electoral de un Garrison postulado para la fiscalía de distrito de Nueva Orleans.

Kevin Costner en JFK
Según el Stone de JFK, los Estados Unidos ya tenían funcionarios judiciales electivos en la década de 1960. A los fruncidos magistrados argentinos del decenio de 2010 parece seguir indignándoles la posibilidad de tener funcionarios judiciales electivos. Garrison atravesaba su cuarentena al asumir su fiscalía electiva. El nonagenario juez argentino Carlos Fayt y su septuagenaria colega connacional María Romilda Servini de Cubría parecen decididos a convertir sus sedes judiciales en sus sepulcros. No los votó nadie. Lo cual no les ha impedido votar en las múltiples elecciones argentinas de los últimos tres decenios. Lo cual no ha impedido convertir en magistrada cuasi-vitalicia a una jueza Servini de Cubría antológicamente parodiada por un elenco encabezado por un por un Tato Bores [2] apuntado por mi difunto abuelastro-padrino Ernesto Pena y afectado por un polémico fallo dictado por la cuestionada jueza el 17 de mayo de 1992. Lo cual no ha impedido convertir a Servini de Cubría en “Juez Federal con Competencia Electoral”, según rezaba su tipeada aclaración de firma en mis designaciones como presidente o suplente de mesas electorales reunidas en 2011 y 2013. Ariel Perelman, humanizado abogado treintañero encarnado por Daniel Hendler en la deliciosa película argentina Derecho de familia, estrenada en 2005, se negaba a abandonar los anacrónicos y onerosos atavíos del abogado argentino, aunque también a hacerse cargo del estudio jurídico de su fallecido progenitor y abandonar su defensoría de pobres y ausentes y su cátedra de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. No parecía interesado en ser juez. ¿Qué sentido tiene esa ambición en un abogado treintañero argentino constreñido a ejercer su profesión en un país aparentemente sentenciado a convertir sus juzgados en hogares de ancianos? ¡Cuán distinta sería esa situación con funcionarios judiciales electivos!


   


Derecho de familia
A principios de la actual era democrática, hubo una elección peculiar, celebrada el 25 de noviembre de 1984. En esa ocasión, el electorado argentino no eligió gobernantes ni oficializó candidaturas.  Al electorado argentino se le pidió que expresara su conformidad o  disconformidad con los “términos de la conclusión de las negociaciones con la República de Chile para resolver el diferendo relativo en la zona del Canal de Beagle”, según rezaban las boletas de votación previstas para la ocasión.  El centenario diferendo argentino-chileno del Beagle nos había costado sendos conatos bélicos con nuestros vecinos transandinos.  Era hora de hacer las paces.  Y aquel 25 de noviembre el electorado argentino falló contundentemente a favor de la paz, aunque ello pudiera implicar ceder alguna islita fueguina a Chile.

Boletas de votación utilizadas en el plebiscito limítrofe argentino del 25 de noviembre de 1984
El plebiscito limítrofe argentino del 25 de noviembre de 1984 caería posteriormente en un olvido tan injusto como el recaído sobre su talentoso promotor Dante Caputo, canciller designado por el presidente Raúl Alfonsín. En 2010, al promover un Día de la Soberanía para el mes de noviembre, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se ciñó curiosamente al  militarizado concepto liberal-conservador de soberanía nacional, optando por exaltar la defensa armada de la soberanía nacional efectuada el 20 de noviembre de 1845 en la Vuelta de Obligado. La Presidenta optó por conmemorar un ejemplo de defensa armada de una soberanía nacional plenamente defendible por vías pacíficas, como lo demostraran ampliamente el plebiscito de 1984 y  el acuerdo del Vaticano, cuyos méritos justificaban ampliamente fijar el Día de la Soberanía para el 25 de noviembre.
El 25 de noviembre de 1984, el electorado argentino no eligió presidente, vicepresidente, gobernadores, vicegobernadores, intendentes, diputados, senadores ni concejales, que ya había elegido en los históricos comicios nacionales del 30 de octubre de 1983, celebrados tras los horrores procesistas. Tampoco oficializó candidaturas. La capital argentina recién elegiría gobierno autónomo en 1996. El 25 de noviembre de 1984, el electorado argentino votó por algo mucho más esencial. Votó por la paz entre los pueblos latinoamericanos y, por extensión, del orbe. Eso convirtió en una elección peculiar al hoy olvidado plebiscito limítrofe argentino del 25 de noviembre de 1984.   







Notas:

[1] Mi hermana cursó la totalidad de sus estudios secundarios en el CNBA, durante el largo rectorado de Sanguinetti. (N.del a.)

[2] Cf.http://www.youtube.com/watch?v=JAWelSek8qQ. (N.del a.) 

domingo, 24 de noviembre de 2013

Espejitos de colores

En el otoño austral de 1995, yo tenía 25 años y peregriné con mi parroquia boquense hasta el sepulcro del mapuche argentino Ceferino Namuncurá, beatificado en 2007 por el papa Benedicto XVI y sepultado en el establecimiento salesiano de Fortín Mercedes, en la orilla bonaerense del río Colorado. En la santería de Fortín Mercedes compré un ejemplar de la biografía de Ceferino escrita por Manuel Gálvez, cuya evitación del panegírico podría haberle acreditado méritos historiográficos tan relevantes como sus indiscutibles dotes literarias. Gálvez alababa la inteligencia de un Ceferino fulminado por la tuberculosis a la temprana edad de dieciocho años, cuando todo parecía augurar un brillante porvenir sacerdotal al joven mapuche, desprotegido ante su dolencia letal, protegido por los salesianos y recibido por el papa san Pío X, que en pocos años había pasado, en el terreno idiomático, del mapuche y de los verbos castellanos exclusivamente conjugados en gerundio a un castellano sin fallos, un italiano perfectamente pronunciado y cierta familiarización con esa lengua latina que aún constituía la lengua madre de la Iglesia Católica (faltaban aún seis decenios para la generalización de las lenguas romances en el ámbito eclesiástico, promovida por ese Concilio Vaticano II impulsado por un Juan XXIII actualmente próximo a ser canonizado por Francisco, el primer papa argentino, quien, tras haber beatificado al cura Brochero, no sería extraño que canonizase a Ceferino).


Ceferino Namuncurá bendecido por el papa san Pío X (27.09.1904)

Por estos días, medios periodísticos argentinos e ingleses han mencionado al niño mapuche argentino Claudio Gabriel Ñancufilapodado el "Messi de las nieves", miembro del equipo futbolístico infantil barilochense Martín Güemes y perfilado, a la temprana edad de ocho años, como una brillante promesa deportiva ambicionada por grandes clubes futbolísticos europeos de Europa como Real Madrid, Barcelona, Atlético Madrid, Milan y Manchester United.
En tiempos de Ceferino Namuncurá, los mapuches más talentosos eran enviados a Roma a estudiar sacerdocio con los salesianos y ser recibidos por el Papa de turno. En la actualidad, el caso de Ñancufil parece revelar que a los mapuches los tientan con suculentos contratos futbolísticos. Sería bueno descartar cualquier semejanza con esos espejitos de colores supuestamente utilizados como cazabobos dirigidos a los indios hispanoamericanos del siglo XVI por sus conquistadores españoles de dicha centuria. De formalizarse la tempranísima  transferencia de Ñancufil al fútbol europeo durante el tardío pontificado del futbolero Francisco, sería bueno que el papa Bergoglio recibiera en la Santa Sede al pequeño "Messi de las nieves".


El papa Francisco con el Pupi Zanetti y su camiseta del Inter de Milán (25.04.2013)


  Video de una actuación futbolística de Ñancufil 



miércoles, 20 de noviembre de 2013

¡A Moreno lo tiraron al agua!

En 1983, en su programa televisivo Extra Tato, Tato Bores ingresaba a un estudio televisivo montado a caballo, caracterizado como don Quijote de la Mancha y declamando a viva voz un célebre pasaje del prólogo de Mariano Moreno a su castellanización del texto francófono del Contrato social de Jean-Jacques Rousseau: «Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía». Frase fuerte en un programa de humor político televisado durante el último año de la dictadura procesista, cuya desmedida política represiva tornaba, como mínimo, quijotescas las palabras del cuestionado secretario de la Primera Junta, cuyo presidente Cornelio Saavedra, profundamente discrepado con Moreno, dictaminó el cese de Moreno como secretario de la Junta y su envío a Inglaterra en misión diplomática.

Tato Bores en Extra Tato (1983)

¡A Moreno lo tiraron al agua!, era la réplica invariablemente recibida por Tato en su sketch. Como es sabido,  Moreno murió en alta mar, ante las costas brasileñas, a bordo del barco que lo llevaba a Inglaterra. Hay quienes sospechan que fue envenenado, aunque no pretendo caer aquí en estériles teorías conspirativas. Lo cierto es que Moreno murió en alta mar en una época sin barcos con cámaras frigoríficas para conservar cadáveres humanos, lo cual obligaba a las dotaciones navales a arrojar los occisos al mar.
Por estos días, otro cuestionado secretario de Estado, también apellidado Moreno, ha presentado su renuncia a la secretaría de Comercio Interior y sido designado como agregado económico de la embajada argentina en Roma, muy cerca de una Santa Sede actualmente encabezada por el argentino papa Francisco.
Como al Moreno de 1810, a Guillermo Moreno lo alejan de una secretaría de Estado y lo envían a Europa en misión diplomática. Pero, a diferencia del Moreno de 1810, el ex secretario de  Comercio Interior no deberá viajar al Viejo Mundo en un lento e incómodo barco de madera, propulsado por toscos velámenes, sino en una rápida y confortable aeronave comercial, impulsada por potentes turbinas, siendo lo más probable que no fallezca en el camino y que, de expirar durante su cruce transatlántico, no sea por envenenamiento ni arrojen su occiso al océano. Al Moreno de 1810 lo tiraron al agua de manera fehaciente y en estado cadavérico. A Guillermo Moreno lo tiran al agua de manera simbólica, en plena posesión de sus signos vitales, para que aprenda a nadar sin el salvavidas proporcionado al Moreno de 1810 por un Saavedra finalmente arrepentido de dicho gesto y a Guillermo Moreno por un Néstor Kirchner actualmente tan occiso como Mariano Moreno y por una Cristina Fernández recientemente sometida a una cirugía practicada en un delicado sector de la constitución psicofísica humana. Lo cierto es que, en poco más de dos siglos, la Argentina ha tenido dos ex cuestionados secretarios de Estado enviados a Europa en misión diplomática. Que los dos se apellidaban Moreno. Y que los tiraron al agua por su propio bien. En este Día de la Soberanía, el Estado y pueblo argentinos han acrecentado su soberanía al deshacerse de un funcionario indeseable.

  
Pedro Subercaseaux. Mariano Moreno en su mesa de trabajo


Guillermo Moreno

sábado, 16 de noviembre de 2013

Dos ida y vuelta a Santillán y Kosteki

En 1947, al nacionalizar los ferrocarriles ingleses, el primer gobierno peronista tomó la llamativa decisión de imponerles nombres de próceres de un panteón liberal supuestamente denostado por el peronismo (José de San Martín, Manuel Belgrano, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Justo José de Urquiza, Julio Argentino Roca). En 1950, el primer gobierno peronista reforzó esa paradójica tendencia al instrumentar el aparatoso homenaje tributado a San Martín con motivo del centenario del deceso del Libertador.
Más de sesenta años después, bajo otro gobierno peronista, el Congreso argentino ha autorizado a rebautizar la estación ferroviaria de un partido bonaerense bautizado en honor del presidente argentino liberal decimonónico Nicolás Avellaneda, cuya presidencia tuvo como broche de oro la solemne repatriación de los restos mortales de un San Martín fallecido en Francia hacía treinta años. La repatriación del cadáver del Gran Capitán, figura histórica argentina de fama conciliadora, pretendía restañar las heridas lacerantes de la sanguinolenta capitalización de la ciudad de Buenos Aires, oficializada ese mismo año. La sangrienta federalización de la Reina del Plata fue para Avellaneda lo que la guerra de la Triple Alianza para sus predecesores Mitre y Sarmiento y lo que la Expedición al Desierto para su sucesor Roca, sin que ello impida que sendas líneas ferroviarias argentinas sigan estando bautizadas en honor de Mitre, Sarmiento o Roca, cuando bien podrían portar nombres compensatorios como Mariscal Francisco Solano López o Pueblos Originarios.
“A cada chancho le llega su San Martín”, reza la versión argentina de un refrán tan español como los padres del Libertador argentino y alusivo a ese día de san Martín de Tours escogido por muchos campesinos españoles para una matanza de cerdos inevitablemente acompañada de un derramamiento de sangre animal análogo al derramamiento de sangre humana justificado por San Martín en aras de la emancipación sudamericana y rechazado por un San Martín renuente a ayudar a su ex subordinado Juan Galo de Lavalle a sofocar el alzamiento dorreguista de 1828. En la España natal de los padres del Libertador argentino pueden detectarse, hasta la fecha, numerosas señales de la presencia pretérita de una cultura judeo-islámica proclive a vetar el consumo de una carne porcina conceptuada de impura por las teologías hebraica y mahometana. Desde dicha perspectiva, no es raro que los cristianos españoles de los siglos XV y XVI hayan pretendido sacarse de encima a judíos y musulmanes: ¿se imaginan un cocido gallego sin carne porcina?
San Martín parece haber llegado a la tumba de un Álvaro Alsogaray tachado de chancho y promotor de políticas socioeconómicas rechazadas por argentinos como Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, luchadores sociales ultimados por balas policiales disparadas el 26 de junio de 2002 en la estación ferroviaria de Avellaneda, perteneciente al Ferrocarril Roca. El citado partido bonaerense seguirá portando el nombre de Avellaneda. No así su estación ferroviaria, que, por mandato parlamentario, portará, en lo sucesivo, los nombres de Santillán y Kosteki, cuya sangre desciende directamente de la sangre de las tres mil víctimas fatales de la muy traumática federalización de una urbe porteña situada bajo la advocación de san Martín de Tours desde su fundación definitiva en 1580, pese a las objeciones de colonizadores españoles del siglo XVI renuentes a fundar una ciudad americana sin un santo patrono de origen hispánico.  
Llevó bastante tiempo acostumbrar a los porteños a llamar a la Avenida Canning y la calle Cangallo por sus actuales nombres de Scalabrini Ortiz y Tte.Gral.J.D.Perón. Todavía hay bonaerenses que llaman a las Avenidas Hipólito Yrigoyen[1], Crisólogo Larralde[2] y Eva Perón[3] por sus anteriores nombres de Pavón, Agüero y Pasco. La idea en sí no es mala. Es preferible homenajear a dos luchadores populares como Santillán y Kosteki que seguir homenajeando a un prócer de un panteón liberal tan cuestionado como apolillado. Eso sí; veo un poco difícil acostumbrarse a decir a los boleteros del Roca: "dos ida y vuelta a Santillán y Kosteki"


Cartel rebautizando extraoficialmente la estación ferroviaria de Avellaneda en honor de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, antes de la oficialización del cambio de nombre





[1] Alusión a la extensísima avenida nacida cerca de la estación ferroviaria de Avellaneda y extendida entre los partidos bonaerenses de Avellaneda y Brandsen. (N.del a.)

[2] Alusión a una avenida del partido bonaerense de Avellaneda. (N.del a.)

[3] Alusión a una avenida del partido bonaerense de Temperley. (N.del a.)

miércoles, 6 de noviembre de 2013

La abuelita de Kundera


La abuelita de Kundera en su pueblo checo
Y la mía en su Belchite y las dos sabían
Que el cura era el confidente de la policía.
Nada tenía secretos a su alrededor
Joan Manuel Serrat. La abuelita de Kundera (1994)
La casa de Hipólito Yrigoyen es el cuartel general. A veces hay allí cuarenta, cincuenta personas; pero él no habla sino con uno o dos. Desde allí, ayudado por sus amigos, organiza el partido en toda la Provincia. Nunca va en persona. Ni escribe cartas. Ni suele tratar con los ciudadanos de los pueblos que han de fundar los comités. Manda a cada pueblo a uno de sus amigos. Generalmente, el elegido para ir a una localidad en donde no conoce un alma, presenta sus objeciones al jefe. “Y yo, ¿qué puedo hacer allí, señor? No conozco absolutamente a nadie. No he estado nunca en ese pueblo. Ni siquiera sé si hay radicales…” Yrigoyen supone que los hay. Él tampoco puede indicarle el nombre de ninguna persona de la localidad. Pero le da un consejo: visitar al cura en cuanto llegue. “Si el cura es italiano”, le dice a uno de sus amigos, “malo, porque ha de ser gubernista. Si español, bueno, porque ha de ser radical. Y bueno también si es vasco. Y bueno también si es criollo”. El emisario toma el tren y se va al pueblito. A veces debe hacer largas jornadas a caballo o en coche. Visita al cura y, como ha previsto Yrigoyen, obtiene de él los informes que necesita
Manuel Gálvez, Vida de Hipólito Yrigoyen. El hombre del misterio. Buenos Aires, Club de Lectores, 1975,  p.88  
El segundo componente textual del precedente epígrafe alude a las vicisitudes atravesadas en 1891 por el radicalismo argentino, cuando Hipólito Yrigoyen, al frente del Comité Provincia de la Unión Cívica Radical, brega por organizar su flamante partido en la vasta geografía bonaerense, tarea complejizada por el exclusivismo político oligárquico y la precariedad de los medios de telecomunicación y locomoción de su tiempo. En 1891 no hay automóviles y muchos caminos aún carecen de asfalto. La telefonía argentina está en su prehistoria. A las cartas pueden interceptarlas en el correo. Enviar telegramas sobre cuestiones políticas puede despertar la desconfianza de telegrafistas allegados al poder político oligárquico. Obtener información no es tan sencillo. A los grandes diarios los controla la oligarquía. Mucha gente aún es analfabeta o semianalfabeta, pese a la promulgación de la Ley 1420 y al auge de la escolarización primaria gratuita. En la Argentina de 1891 faltan treinta años para el surgimiento de la radiofonía, sesenta para el lanzamiento de la televisión, cerca de noventa para la aparición del ordenador personal, de la telefonía móvil y del fax y alrededor de un siglo para el advenimiento de la Internet, del correo electrónico y del mensaje de texto. Y, para colmo, hay que desconfiar de los curas, pese a sus muchos siglos sobre la Tierra.
Mi parroquia juvenil tenía una capilla posconciliar decorada con hermosos vitrales, entre los que descollaba un vitral situado a la altura del elevado cielorraso del templo. En dicho vitral, el ojo avizor de Dios aparecía enmarcado en un triángulo representativo de la Santísima Trinidad. Según esa alegoría, nada escapaba al ojo de Dios. Pero los ojos de los curas no son divinos, sino humanos, por muy sólida que sea su formación teológica.  Tienen sus falencias, explicativas de las advertencias del Yrigoyen de Gálvez sobre curas rurales italianos aparentemente afines al antirradicalismo oligárquico argentino del decenio de 1890, donde la figura de Julio Argentino Roca parecía oficiar de ojo avizor de la política nacional.
Los tiempos han cambiado. Veloces automotores y ágiles rutas y autopistas han reemplazado los incómodos caminos recorridos por los emisarios yrigoyenistas, en caballo o coche de caballos, en sus periplos bonaerenses del decenio de 1890. A las agilizadas redes viales de la actualidad se accede, desde la capital argentina, a través de  autopistas bautizadas en honor de dirigentes radicales, una de las cuales, bautizada en honor de Arturo Frondizi, nace a la altura del terreno otrora ocupado por la modesta casa alquilada por Yrigoyen en el barrio porteño de Constitución. Otra autopista, rebautizada en 2004 en honor de Ricardo Balbín, conecta la capital argentina con la capital bonaerense, donde un Yrigoyen envejecido y achacoso firmó su renuncia tras su derrocamiento en 1930. Los medios de difusión informativa se han diversificado y agilizado. Los emisarios yrigoyenistas hoy no dependerían de los informes presbiterales. Sin embargo, aún hay que andarse con cuidado. Milan Kundera lo sabe. Debió preservar su integridad física de la ingerencia soviética en territorio checo, iniciada en 1968 y denunciada por Kundera en las páginas de su Insoportable levedad del ser, cuya castellanización difundiera un prominente sello editor español y cuyo texto anglicanizado se plasmara en la aceptable versión fílmica de Philip Kaufman. Para ganarse el pan y la fama, Kundera debió ampararse en medios inimaginables para su abuela. A los medios los sigue controlando gente de mucha plata, que no siempre evita publicar lo que, supuestamente, más conviene a sus intereses, aunque no sea lo más conveniente. Los curas ya no serán confidentes de la policía, como en tiempos de las abuelitas de Kundera y Serrat. Pero los multimedios parecen haber asumido funciones similares. La ley mediática argentina de 2009 y su reciente declaratoria judicial de constitucionalidad quizá resulten impotentes ante el Grupo Clarín, cuyo poder aparentemente omnímodo motiva que los curas visitados por los emisarios yrigoyenistas parezcan haber tenido, comparativamente hablando, menos poder que sus monaguillos.


      







Milan Kundera (c.1986)

martes, 5 de noviembre de 2013

El rigor del destino


En la película estadounidense Escape imposible,  dirigida por el cineasta sueco Mikael Håfström,  Sylvester Stallone personifica a Ray Breslin, autoridad en materia de seguridad penitenciaria propenso a hacerse recluir deliberadamente en instituciones carcelarias para demostrar su vulnerabilidad en lo tocante a fuga de presidiarios.  En el film de Håfström, Stallone, encarcelado junto a Arnold Schwarzenegger, logra fugarse de una prisión presuntamente inexpugnable, montada en un barco que circunnavega los mares y océanos terrestres para mantener alejados a peligrosos convictos de las superficies de tierra firme. Stallone logra huir al atraer al barco un helicóptero militar marroquí capturado por cómplices del fugitivo e incendiar desde el aire un barco-prisión inundado de agua transformada en combustible  por un mecanismo ad-hoc instalado a bordo del buque carcelario.

Arnold Schwarzenegger y  Sylvester Stallone en Escape imposible
En épocas pretéritas, la Argentina supo tener una prisión flotante similar a la exhibida en el film de Håfström e instalada en la Isla Martín García. Difícil parecía huir de una Isla Martín García situada a tres horas de navegación del puerto argentino de Tigre y a un considerable tramo acuático del puerto uruguayo de Carmelo. Difícil parecía huir de una Isla Martín García convertida en presidio para convictos sentenciados a los rudos trabajos forzados consistentes en la explotación de una cantera destinada a compartir con una cooperativa anarquista tandilense la responsabilidad de producir piedra para adoquinar las calles porteñas de principios del siglo XX, destinadas, a su vez, a albergar rieles de tranvías recién electrificados. Difícil parecía huir de una Isla Martín García convertida en “cárcel VIP” para cuatro presidentes argentinos: Hipólito Yrigoyen, Marcelo Torcuato de Alvear, Juan Domingo Perón y Arturo Frondizi. Yrigoyen debió aguardar el fin de la dictadura uriburista, rematada por el indulto del ex presidente, para liberarse de unos rigores isleños poco aconsejables para el anciano y achacoso líder radical. Alvear debió optar por exiliarse en su amado París para alejarse de unos rigores isleños matizados por los convictos con el amasado de un famoso pan dulce actualmente elaborado por una panadería isleña explotada por hombres libres y por el ex mandatario con el elegante inodoro portátil de loza inglesa portado por Alvear a Martín García e indudablemente más apropiado para las heces de un miembro de familia patricia que los toscos retretes isleños. Para alejarse de los rigores isleños, Perón debió pretextar una dolencia pulmonar para regresar al continente devenido en triunfal líder de masas. Frondizi debió reemplazar los rigores isleños por los sureños, siendo trasladado de Martín García al periodo barilochense del presidio frondizista. La historia de Martín García y el film de Håfström nos recuerdan que no siempre es factible (ni sencillo) eludir el rigor del destino, como bien nos recordara décadas atrás Gerardo Vallejo en su película homónima, estrenada en una Argentina alfonsinista que luchaba por dejar atrás los horrorosos rigores de la larga noche procesista.
     


Inodoro portátil de loza inglesa, utilizado a principios del decenio de 1930 por el ex presidente constitucional Marcelo Torcuato de Alvear durante su presidio en la Isla Martín García y actualmente conservado en el museo isleño