martes, 26 de noviembre de 2013

Huevos de chocolate


Ricardo Fort entrevistado al dirigirse a votar en las PASO del domingo 14 de agosto de 2011


A mediados de marzo de 1980, la capital argentina y sus alrededores fueron azotados por un calor inmisericorde, que obligó al régimen procesista a suspender por unos días un ciclo lectivo recién abierto. Yo estaba por cumplir diez años y asistía a una escuela privada recién mudada al barrio porteño de Almagro, bastante alejado de mi domicilio boquense. Notificado telefónicamente por las autoridades de mi establecimiento educacional, mi padre Alberto me retiró de mi escuela al volante del primero de los cuatro Renault 12 que poseería entre 1976 y 1990. Pocos días después, nos visitaban Elena y Alfredo, mis abuelos paternos, que llevaban 31 años al frente de un importante negocio de panadería, confitería, pastelería y servicios de lunch, cercano a la estación ferroviaria bonaerense de Lanús, actualmente explotado por otra firma comercial, del cual mis abuelos se desvincularían al jubilarse en 1984. Se acercaba la Semana Santa y mi abuelo se quejaba de la canícula abatida días atrás, que había amenazado con derretir una costosa partida de huevos pascuales de chocolate, encargada por mi abuelo a Felfort para su local comercial de Lanús. 
Yo ignoraba por entonces que jamás heredaría el negocio de mis abuelos (jubilados cuando yo sólo tenía catorce años, edad harto inapropiada para estar al frente de un negocio que mi padre, hijo único, no había querido encabezar, prefiriendo, en cambio, obtener el diploma universitario que mis abuelos, inmigrantes o hijos de inmigrantes, jamás habían podido tener). En vísperas de mi décimo cumpleaños, yo también ignoraba que las instalaciones de Felfort distaban pocas cuadras de mi escuela de Almagro y que Ricardo Fort, nieto de su fundador Felipe Fort, sólo me llevaba dos años, provenía de un hogar bastante más pudiente que mi hogar boquense y, a diferencia mía, heredaría el negocio de su abuelo, muchísimo más lucrativo que el negocio de mis abuelos.
Pasaron los años y los decenios. Al fallecer mis abuelos, se me hizo evidente que los cuerpos humanos, expuestos al frío, se endurecen como los huevos pascuales de chocolate. Ayer se me hizo evidente cuando empezó a enfriarse el cuerpo de Ricardo Fort, a la temprana edad de cuarenta y cinco años. Cuando mis abuelos tenían diez años, la peor pena penitenciaria vigente en la Argentina consistía en ser enviado a una cárcel de Ushuaia conocida como la cárcel del hielo, debido a los rigores del clima fueguino y del régimen penal. Pero de esa cárcel del hielo se podía volver. No así de la cárcel del hielo del sepulcro. Bien decía Joan Manuel Serrat en una de sus memorables canciones: "Pero los muertos están en cautiverio/Y no los dejan salir del cementerio". Al cuerpo de Ricardo Fort no le faltará el frío que amenazó con faltarles, en aquellos calurosísimos días de 1980, a los exquisitos huevos pascuales de chocolate de Felfort encargados por mi abuelo.       

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