lunes, 1 de julio de 2013

El inagotable legado de Juan Domingo Perón

En 1979, yo tenía nueve años y vivía con mis padres y mi hermana de siete años en un caserón boquense. Mi madre me envió una mañana a comprar el pan en una panadería cercana. Al llegar a la esquina, un señor mayor me señaló un fragmento de diario caído en un charco de pútrida agua cloacal, diciéndome: "Aquí dice que se murió Perón". El anciano caballero puede haber sido uno de los numerosos ancianos boquenses atendidos por mi madre en su calidad de médica de PAMI, revistada por mi progenitora durante 27 años. Mi memoria no me es fiel en ese respecto. Como tampoco debía serlo la de aquel anciano caballero, que parecía olvidar que Juan Domingo Perón había muerto hacía cinco años (el 1º de julio de 1974, hace hoy 39 años). (Veintitrés años después, mi abuela Elena caería en las garras de un irreversible Alzheimer en el susodicho caserón).
Nada sabía yo de Perones y Alzheimers a mis nueve años. La política era un semitabú en aquellos crueles años procesistas. Lo sería hasta la derrota argentina en la guerra de Malvinas, cuando la premier británica Margaret Thatcher tuvo la feliz ocurrencia de devenir en la madre espiritual de la actual democracia argentina, destinada a celebrar su milagroso treintanario en este año de 2013. Raúl Alfonsín, el libro de Manuel Gálvez sobre Hipólito Yrigoyen (aberración historiográfica magníficamente redactada) y la biografía de Perón escrita por Joseph A.Page se encargarían, entre 1982 y 1985, de empezar a desasnarme en materia histórico-política. Pero aún no era el tiempo. Todo llega en esta vida.
El brillante literato antiperonista Jorge Luis Borges dijo, en uno de sus magistrales sonetos, juzgar a Buenos Aires tan eterna como el agua y el aire. Perón se extinguió físicamente en 1974. Pero, recordando la inmortalidad del alma predicada por Sócrates antes de beber su cicuta, su legado pinta inagotable. Tal vez por eso aquel anciano caballero manifestase extrañeza al suponer que Perón había muerto, según expresaba, al parecer, aquel pedazo de papel prensa lentamente descompuesto en el agua cloacal boquense.



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