miércoles, 12 de junio de 2013

Maravillosa música


Enfundado en su grueso sobretodo, el presidente Juan Domingo Perón afrontó, en aquella fría tarde del 12 de junio de 1974,  el micrófono emplazado en el mismo balcón que presenciara los discursos de sus dos primeras presidencias, utilizando los siguientes términos al dirigirse a la multitud congregada en la Plaza de Mayo: “Compañeros, retempla mi espíritu estar en presencia de este pueblo que toma en sus manos la responsabilidad de defender a la patria. Creo, también, que ha llegado la hora de que pongamos las cosas en claro. Estamos luchando por superar lo que nos han dejado en la República y, en esta lucha, no debe faltar un solo argentino que tenga el corazón bien templado. Sabemos que tenemos enemigos que han comenzado a mostrar sus uñas. Pero, también sabemos que tenemos a nuestro lado al pueblo, y cuando éste se decide a la lucha, suele ser invencible. Hoy es visible, en esta circunstancia de lucha, que tenemos a nuestro lado al pueblo, y nosotros no defendemos ni defenderemos jamás otra causa que no sea la causa del pueblo. Yo sé que hay muchos que quieren desviarnos en una o en otra dirección, pero nosotros conocemos perfectamente bien nuestros objetivos y marcharemos directamente a ellos, sin influenciarnos ni por los que tiran desde la derecha ni por los que tiran desde la izquierda. El gobierno del pueblo es manso y es tolerante, pero nuestros enemigos deben saber que tampoco somos tontos. Mientras nosotros no descansamos para cumplir la misión que tenemos y responder a esa responsabilidad que el pueblo ha puesto sobre nuestros hombros, hay muchos que pretenden manejarnos con el engaño y con la violencia; nosotros, frente al engaño y frente a la violencia, impondremos la verdad, que vale mucho más que eso. No queremos que nadie nos tema; queremos, en cambio, que nos comprendan. Cuando el pueblo tiene la persuasión de su destino, no hay nada que temer. Ni la verdad ni el engaño ni la violencia ni ninguna otra circunstancia podrán influenciar a este pueblo en un sentido negativo, como tampoco podrán influenciarnos a nosotros para que cambiemos una dirección que, sabemos, es la dirección de la patria. Sabemos que en esta acción tendremos que enfrentar a los malintencionados y a los aprovechados. Ni los que pretenden desviarnos ni los especuladores ni los aprovechados de todo orden, podrán, en estas circunstancias, medrar con la desgracia del pueblo. Sabemos que en la marcha que hemos emprendido tropezaremos con muchos bandidos que nos querrán detener, pero con el concurso del pueblo nadie puede detener a nadie. Por eso deseo aprovechar esta oportunidad para pedirle a cada uno de ustedes que se transforme en un vigilante observador de los hechos que quieran provocarse y actúe de acuerdo con las circunstancias. Cada uno de nosotros debe ser un realizador, pero ha de ser también un predicador y un agente de vigilancia y control para poder realizar la tarea, y neutralizar lo negativo que tienen los sectores que todavía no han comprendido que tendrán que comprender. Compañeros, esta concentración popular me da el respaldó la contestación a cuanto dije esta mañana. Por eso deseo agradecerles la molestia que se han tomado de llegar hasta esta plaza. Llevar grabado en mi retina este maravilloso espectáculo, en que el pueblo trabajador de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires me trae el mensaje que yo necesito. Compañeros, con este agradecimiento quiero hacer llegar a todo el pueblo de la República nuestro deseo de seguir trabajando para construir nuestro país y para liberarlo. Esas consignas, que más que mías son del pueblo argentino, las defenderemos hasta el último aliento. Para finalizar, deseo que Dios derrame sobre ustedes todas las venturas y la felicidad que merecen. Les agradezco profundamente que hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”. Años después, su biógrafo estadounidense Joseph A.Page diría que esas palabras sonaban a despedida. Tres semanas después, el 1º de julio de 1974, Perón se despedía efectivamente de su vida terrenal.
En 1984, su compatriota, entrevistador y biógrafo Tomás Eloy Martínez nos pintaría a Perón prediciendo tiempos difíciles para su patria durante su vuelo de regreso definitivo a la Argentina, efectuado el 20 de junio de 1973 desde Madrid. Tiempos difíciles con militares que volverían a conspirar para derrocar gobiernos constitucionales, como venían haciéndolo periódicamente ciertos militares argentinos desde 1930. Perón entendía de eso. Había estado tibiamente ligado al derrocamiento de Hipólito Yrigoyen y, en cierto modo, debía su ascenso político al derrocamiento de Ramón Castillo, aunque después deviniese en uno de los presidentes argentinos más limpiamente elegidos. Él mismo había sido derrocado y expatriado durante largos años y alentado, desde su exilio, la elección presidencial de un Arturo Frondizi también defenestrado por los militares golpistas. Aquel 20 de junio de 1973 había abordado, en Madrid, un vuelo compartido con un Héctor Cámpora destinado a una brevísima presidencia y convertido hacía tres meses en el primer presidente constitucional juramentado tras los siete años de la dictadura instaurada tras el derrocamiento de Arturo Illia. Perón también compartía su vuelo de regreso definitivo con su cuadragenaria tercera esposa, María Estela Martínez Cartas de Perón, destinada a sucederle en la presidencia y ser derrocada por los instauradores de la peor dictadura argentina. A la más maravillosa música sucedería, pocos años después, la crudelísima marcha fúnebre de los campos clandestinos de detención y tortura y del primer neoliberalismo, tapada con mala fortuna por los alegres cánticos del Mundial de Fútbol de 1978. Muchas desgracias esperaban, en efecto, al pueblo argentino, cuya música maravillaba a un Perón próximo a expirar. Habrían de pasar casi treinta años y horrores inenarrables para empezar a revertir esa situación en beneficio del argentino promedio aludido por Perón en su última alocución pública, pronunciada hace casi cuatro decenios.

  
Última aparición pública de Perón (Casa Rosada, 12 de junio de 1974)

   

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