Enfundado en su grueso sobretodo, el presidente Juan Domingo Perón
afrontó, en aquella fría tarde del 12 de junio de 1974, el micrófono emplazado en el mismo balcón que
presenciara los discursos de sus dos primeras presidencias, utilizando los
siguientes términos al dirigirse a la multitud congregada en la Plaza de Mayo: “Compañeros, retempla mi espíritu estar en
presencia de este pueblo que toma en sus manos la responsabilidad de defender a
la patria. Creo, también, que ha llegado la hora de que pongamos las cosas en
claro. Estamos luchando por superar lo que nos han dejado en la República y, en
esta lucha, no debe faltar un solo argentino que tenga el corazón bien
templado. Sabemos que tenemos enemigos que han comenzado a mostrar sus uñas.
Pero, también sabemos que tenemos a nuestro lado al pueblo, y cuando éste se
decide a la lucha, suele ser invencible. Hoy es visible, en esta circunstancia
de lucha, que tenemos a nuestro lado al pueblo, y nosotros no defendemos ni
defenderemos jamás otra causa que no sea la causa del pueblo. Yo sé que hay
muchos que quieren desviarnos en una o en otra dirección, pero nosotros
conocemos perfectamente bien nuestros objetivos y marcharemos directamente a
ellos, sin influenciarnos ni por los que tiran desde la derecha ni por los que
tiran desde la izquierda. El gobierno del pueblo es manso y es tolerante, pero
nuestros enemigos deben saber que tampoco somos tontos. Mientras nosotros no
descansamos para cumplir la misión que tenemos y responder a esa
responsabilidad que el pueblo ha puesto sobre nuestros hombros, hay muchos que
pretenden manejarnos con el engaño y con la violencia; nosotros, frente al engaño
y frente a la violencia, impondremos la verdad, que vale mucho más que eso. No
queremos que nadie nos tema; queremos, en cambio, que nos comprendan. Cuando el
pueblo tiene la persuasión de su destino, no hay nada que temer. Ni la verdad
ni el engaño ni la violencia ni ninguna otra circunstancia podrán influenciar a
este pueblo en un sentido negativo, como tampoco podrán influenciarnos a
nosotros para que cambiemos una dirección que, sabemos, es la dirección de la
patria. Sabemos que en esta acción tendremos que enfrentar a los
malintencionados y a los aprovechados. Ni los que pretenden desviarnos ni los
especuladores ni los aprovechados de todo orden, podrán, en estas
circunstancias, medrar con la desgracia del pueblo. Sabemos que en la marcha
que hemos emprendido tropezaremos con muchos bandidos que nos querrán detener,
pero con el concurso del pueblo nadie puede detener a nadie. Por eso deseo
aprovechar esta oportunidad para pedirle a cada uno de ustedes que se
transforme en un vigilante observador de los hechos que quieran provocarse y actúe
de acuerdo con las circunstancias. Cada uno de nosotros debe ser un realizador,
pero ha de ser también un predicador y un agente de vigilancia y control para
poder realizar la tarea, y neutralizar lo negativo que tienen los sectores que todavía
no han comprendido que tendrán que comprender. Compañeros, esta concentración
popular me da el respaldó la contestación a cuanto dije esta mañana. Por eso
deseo agradecerles la molestia que se han tomado de llegar hasta esta plaza. Llevar
grabado en mi retina este maravilloso espectáculo, en que el pueblo trabajador
de la ciudad y de la provincia de Buenos Aires me trae el mensaje que yo
necesito. Compañeros, con este agradecimiento quiero hacer llegar a todo el
pueblo de la República nuestro deseo de seguir trabajando para construir
nuestro país y para liberarlo. Esas consignas, que más que mías son del pueblo
argentino, las defenderemos hasta el último aliento. Para finalizar, deseo que
Dios derrame sobre ustedes todas las venturas y la felicidad que merecen. Les
agradezco profundamente que hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo.
Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del
pueblo argentino”. Años después, su biógrafo estadounidense Joseph A.Page
diría que esas palabras sonaban a despedida. Tres semanas después, el 1º de
julio de 1974, Perón se despedía efectivamente de su vida terrenal.
En 1984, su compatriota, entrevistador y biógrafo Tomás Eloy
Martínez nos pintaría a Perón prediciendo tiempos difíciles para su patria
durante su vuelo de regreso definitivo a la Argentina, efectuado el 20 de junio
de 1973 desde Madrid. Tiempos difíciles con militares que volverían a conspirar
para derrocar gobiernos constitucionales, como venían haciéndolo periódicamente
ciertos militares argentinos desde 1930. Perón entendía de eso. Había estado tibiamente
ligado al derrocamiento de Hipólito Yrigoyen y, en cierto modo, debía su
ascenso político al derrocamiento de Ramón Castillo, aunque después deviniese
en uno de los presidentes argentinos más limpiamente elegidos. Él mismo había
sido derrocado y expatriado durante largos años y alentado, desde su exilio, la
elección presidencial de un Arturo Frondizi también defenestrado por los militares
golpistas. Aquel 20 de junio de 1973 había abordado, en Madrid, un vuelo
compartido con un Héctor Cámpora destinado a una brevísima presidencia y convertido
hacía tres meses en el primer presidente constitucional juramentado tras los siete
años de la dictadura instaurada tras el derrocamiento de Arturo Illia. Perón también
compartía su vuelo de regreso definitivo con su cuadragenaria tercera esposa,
María Estela Martínez Cartas de Perón, destinada a sucederle en la presidencia
y ser derrocada por los instauradores de la peor dictadura argentina. A la más
maravillosa música sucedería, pocos años después, la crudelísima marcha fúnebre
de los campos clandestinos de detención y tortura y del primer neoliberalismo, tapada
con mala fortuna por los alegres cánticos del Mundial de Fútbol de 1978. Muchas
desgracias esperaban, en efecto, al pueblo argentino, cuya música maravillaba a
un Perón próximo a expirar. Habrían de pasar casi treinta años y horrores
inenarrables para empezar a revertir esa situación en beneficio del argentino
promedio aludido por Perón en su última alocución pública, pronunciada hace
casi cuatro decenios.
Última aparición
pública de Perón (Casa Rosada, 12 de junio de 1974)
No hay comentarios:
Publicar un comentario