viernes, 21 de junio de 2013

Usurpación


Nací en 1970, durante el cuarto de los siete años de gestión del régimen militar conocido como “Revolución Argentina”, de muy dudoso carácter revolucionario y filoargentino. Régimen instaurado tras el derrocamiento del presidente Arturo Illia por los militares que habían derrocado cuatro años antes a su correligionario Arturo Frondizi y obligado a Illia a competir por la presidencia en unos comicios mancillados por una proscripción del peronismo. Peronismo fundado por el mandatario derrocado por el sangriento golpe de Estado rematado por la instauración de una Revolución Libertadora que poco o nada tenía de revolucionaria o libertadora. Proscripción análoga a la aceptación del fraude electoral impuesta por el tándem golpista-conservador a Roberto Ortiz, correligionario de Illia y ungido presidente con problemas de salud física que lo obligaron a suspender su valiente cruzada antifraude y delegar la presidencia en un vicepresidente conservador pro fraude y depuesto por un golpe militar. A Illia lo habían derrocado once días antes de unos festejos tucumanos del sesquicentenario de la independencia argentina que le hubiese tocado honrar a él, elegido presidente por casi dos millones y medio de sufragios, y que honró a medias su usurpador Juan Carlos Onganía, designado presidente por los tres votos de la Junta Militar instaurada en 1966.
En mi año natal de 1970, se cumplían el bicentenario del nacimiento de Manuel Belgrano y el sesquicentenario de su deceso (3 y 20 de junio). Onganía sólo disfrutaría de su mal habida presidencia durante la primera efemérides belgraniana de 1970. Cinco días después, sus propios camaradas de armas le exigían su dimisión, suscrita a regañadientes por un dictador que decía necesitar 15 o 20 años para materializar su confuso plan gubernativo.  La tarea de presidir la conmemoración del sesquicentenario del fallecimiento de Belgrano recaería en su ignoto sucesor Roberto Marcelo Levingston, hoy un nonagenario fósil viviente tan poco tenido en cuenta como antes de su sorpresiva dictadura,  obligado por la Junta Militar de 1970 a reemplazar una modesta  silla de agregaduría militar por el rumboso Sillón de Rivadavia[1]. Como a su derrocado, a Onganía se le atribuían hábitos austeros, siendo dudoso que haya descorchado champaña para celebrar la instauración de la peor dictadura argentina, soportada por todos los argentinos, Onganía incluido, durante siete años de esas vacas flacas mencionadas en una Biblia probablemente frecuentada por el muy católico general, cuya dictadura también había durado siete años, cuatro con  Onganía, tres sin él. Siete años que quizá hayan sido de vacas gordas, al menos si consideramos los voluminosos vacunos admirados durante su dictadura por un Onganía aficionado a visitar la Exposición Rural en la sexagenaria calesa de Roque Sáenz Peña, promulgador de una ley electoral poco respetada por el bando golpista integrado por Onganía.  Cabe suponer que Onganía tampoco descorchó champaña para celebrar sádicamente el deceso de su derrocado, ocurrido a principios de  1983, siendo más probable que la haya descorchado para celebrar en familia la Navidad de dicho año, tras las devociones de la Misa de Gallo, y que soportó estoicamente, desde la quietud de su retiro militar, la televisación de la asunción presidencial de Raúl Alfonsín, con Frondizi e Isabel destinados a un sitial de honor parlamentario, debido a su calidad de ex presidentes constitucionales derrocados supérstites,  los únicos que quedaban al fenecer un 1983 posiblemente menos indeleble para Onganía que para muchos compatriotas suyos, otrora sojuzgados por el ex dictador. Por esas ironías del destino, a Onganía le tocó morir viudo, como su  derrocado, y dormirse en su amado Señor el día del vigésimoquinto aniversario de su destitución presidencial, cuarenta días después del deceso de un Frondizi ideológicamente emparentado, durante mucho tiempo, con Illia[2], quien, al ser derrocado, espetó al general Julio Alsogaray: “Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y Belgrano. Le han causado mucho mal a la patria y lo seguirán causando. El país los condenará por esta usurpación…” Alguien (tal vez ese Dios y Argentina supuestamente veneradas por Onganía) condenó por usurpación a Onganía. Al menos si consideramos que el asesinato del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu y la destitución de Onganía impidieron al usurpador de Illia presidir la conmemoración del  sesquicentenario del fallecimiento de Belgrano.

Onganía en su ancianidad




Notas:

[1] Al ser designado presidente de facto,  Levingston revistaba como agregado militar en la embajada argentina en Washington. Entre sus comitentes figuraba el general Alejandro Agustín Lanusse, quien lo reemplazaría en la presidencia el 22 de marzo de 1971. Levingston tiene actualmente 93 años de edad. Es, junto con Reynaldo Bignone, el único ex dictador argentino aún viviente. Bignone tiene actualmente 85 años de edad. Enviudó el 13 de marzo de 2013, día de la elección del primer papa argentino, tras seis décadas de matrimonio, al día siguiente de ser sentenciado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad perpetrados durante la dictadura procesista, de la cual Bignone fue su último presidente. (N.del a.)

[2] Onganía fue destituido por sus pares el 8 de junio de 1970 y falleció el 8 de junio de 1995, a la edad de 81 años. Frondizi abandonó el radicalismo tras su derrocamiento, creando su propio partido, el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), destinado a una muy pobre performance en la política argentina.  Su alejamiento del radicalismo no le impidió hacerse acreedor a un reconocimiento simbólico tributado por Raúl Alfonsín a principios de su presidencia. Falleció el 18 de abril de 1995, a la edad de 86 años. Como Illia y Onganía, Frondizi murió viudo, situación agravada por el temprano fallecimiento de su única hija, ocurrido el 19 de agosto de 1976. (N.del a.)

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