jueves, 29 de agosto de 2013

Cambio de hábito

Durante el otoño austral de 1995, poco después de mi vigesimoquinto cumpleaños, participé, como feligrés de una parroquia católica porteña, en una peregrinación a la tumba de Ceferino Namuncurá, albergada en un establecimiento salesiano de Fortín Mercedes, sito en la orilla bonaerense del río Colorado, cerca de Bahía Blanca y del límite geopolítico rionegrino-bonaerense. Mi parroquia había contratado un micro de una empresa especializada, que había tenido la gentileza de proveer a mi contingente de películas para matizar el largo trayecto (cerca de setecientos kilómetros de ida y otros tantos de vuelta). Entre los films proyectados a bordo de mi micro figuraba la comedia cinematográfica estadounidense Cambio de hábito, que ningún feligrés de mi parroquia halló particularmente anticlerical. En dicha película, estrenada en 1992, la actriz afroestadounidense Whoopi  Goldberg personifica a la licenciosa cantante pop Deloris Van Cartier, obligada por una persecución mafiosa a solicitar protección policial y recluirse en el estricto convento californiano de monjas católicas de Saint Katherine, cuya superiora la obligará a vestir hábitos monacales y adoptar el nombre monástico de Mary Clarence. Antigua alumna rebelde de escuela católica, poco afecta al rigor monacal, Deloris/Mary Clarence intentará hacerse más llevadera su involuntaria reclusión conventual aplicando su experiencia lírica a mejorar radicalmente la calidad interpretativa y repertorio musical del alicaído coro del convento. Dirigido por Deloris/Mary Clarence, el coro de Saint Katherine gana rápidamente en popularidad y el papa Juan Pablo II, enterado de la experiencia coral, expresa su deseo de presenciar una actuación del coro de Saint Katherine durante su visita pastoral a los Estados Unidos.

Whoopi Goldberg en Cambio de hábito

Cambiar de hábitos no es tarea fácil cuando se poseen hábitos particularmente arraigados. Pero, progresivamente, se los cambia. Atrás en el tiempo van quedando los curas de largas sotanas negras y los ejércitos de transeúntes enfundados en ambos, cuellos y corbatas. Hoy se estila andar en camisa, remera o musculosa. Los uniformes de escuela privada han desechado los ambos, cuellos y corbatas impiadosamente impuestos a los niños y adolescentes de épocas pretéritas. Al Teatro Colón se va a escuchar buena música, no a emperifollarse. Curiosamente, la Scala porteña se yergue en las inmediaciones de unos Tribunales con instalaciones y derredores frecuentados por abogados empecinados en sus ambos, cuellos y corbatas, otrora considerados como el must de la vestimenta masculina y hoy felizmente relegados al desván de los recuerdos. Por jueces de la Corte Suprema que, por estos días, escuchan gravemente, enfundados en sus anacrónicas vestiduras, los televisados alegatos de las audiencias públicas destinadas a dirimir la viabilidad o inviabilidad de la aplicación de la ley mediática promulgada por hace ya cuatro años la presidenta Cristina Fernández de Kirchner  (tan abogada como los jurídicos habitués de la zona). Por abogados que, sentados ante mesas de café ocupadas por pocillos y expedientes, siguen la televisación de las audiencias en bares con televisores empecinadamente sintonizados en medios audiovisuales seguramente poco apreciados por la Presidenta y mesas obstinadamente ocupadas por medios impresos seguramente poco apreciados por la Jefa de Estado. A esa gente no será tan fácil hacerla cambiar de hábitos. No será fácil hacer cambiar de hábitos a esos abogados empecinados en sus ropajes anacrónicos. Ni mucho menos a los millones de argentinos que, durante los últimos veinte años, se han acostumbrado a concebir la tarea de informarse con el consumo de los productos impresos y audiovisuales de poderosos grupos multimediáticos. Pero, guste o no, en algo habrán de ceder en aras de una Argentina mejor para ellos y sus descendientes. Los cambios de hábitos suelen ser beneficiosos para todos.

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