Durante
el otoño austral de 1995, poco después de mi vigesimoquinto cumpleaños,
participé, como feligrés de una parroquia católica porteña, en una
peregrinación a la tumba de Ceferino Namuncurá, albergada en un establecimiento
salesiano de Fortín Mercedes, sito en la orilla bonaerense del río Colorado,
cerca de Bahía Blanca y del límite geopolítico rionegrino-bonaerense. Mi parroquia
había contratado un micro de una empresa especializada, que había tenido la
gentileza de proveer a mi contingente de películas para matizar el largo
trayecto (cerca de setecientos kilómetros de ida y otros tantos de vuelta). Entre
los films
proyectados a bordo de mi micro figuraba la comedia cinematográfica
estadounidense Cambio de hábito, que ningún feligrés de mi parroquia halló
particularmente anticlerical. En dicha película, estrenada en 1992, la actriz
afroestadounidense Whoopi Goldberg
personifica a la licenciosa cantante pop Deloris Van Cartier, obligada
por una persecución mafiosa a solicitar protección policial y recluirse en el estricto
convento californiano de monjas católicas de Saint Katherine, cuya superiora la
obligará a vestir hábitos monacales y adoptar el nombre monástico de Mary
Clarence. Antigua alumna rebelde de escuela católica, poco afecta al rigor monacal,
Deloris/Mary
Clarence intentará hacerse más llevadera su involuntaria reclusión conventual
aplicando su experiencia lírica a mejorar radicalmente la calidad
interpretativa y repertorio musical del alicaído coro del convento. Dirigido
por Deloris/Mary Clarence, el coro de Saint Katherine gana rápidamente en
popularidad y el papa Juan Pablo II, enterado de la experiencia coral, expresa
su deseo de presenciar una actuación del coro de Saint Katherine durante su
visita pastoral a los Estados Unidos.
Whoopi
Goldberg en Cambio
de hábito
Cambiar
de hábitos no es tarea fácil cuando se poseen hábitos particularmente
arraigados. Pero, progresivamente, se los cambia. Atrás en el tiempo van quedando
los curas de largas sotanas negras y los ejércitos de transeúntes enfundados en
ambos, cuellos y corbatas. Hoy se estila andar en camisa, remera o musculosa. Los
uniformes de escuela privada han desechado los ambos, cuellos y corbatas impiadosamente
impuestos a los niños y adolescentes de épocas pretéritas. Al Teatro Colón se
va a escuchar buena música, no a emperifollarse. Curiosamente, la Scala porteña
se yergue en las inmediaciones de unos Tribunales con instalaciones y
derredores frecuentados por abogados empecinados en sus ambos, cuellos y
corbatas, otrora considerados como el must de la vestimenta masculina y
hoy felizmente relegados al desván de los recuerdos. Por jueces de la Corte
Suprema que, por estos días, escuchan gravemente, enfundados en sus anacrónicas
vestiduras, los televisados alegatos de las audiencias públicas destinadas a
dirimir la viabilidad o inviabilidad de la aplicación de la ley mediática
promulgada por hace ya cuatro años la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (tan abogada como los
jurídicos habitués de la zona). Por abogados que, sentados ante mesas de
café ocupadas por pocillos y expedientes, siguen la televisación de las
audiencias en bares con televisores empecinadamente sintonizados en medios audiovisuales
seguramente poco apreciados por la Presidenta y mesas obstinadamente ocupadas
por medios impresos seguramente poco apreciados por la Jefa de Estado. A esa
gente no será tan fácil hacerla cambiar de hábitos. No será fácil hacer cambiar
de hábitos a esos abogados empecinados en sus ropajes anacrónicos. Ni mucho
menos a los millones de argentinos que, durante los últimos veinte años, se han
acostumbrado a concebir la tarea de informarse con el consumo de los productos impresos
y audiovisuales de poderosos grupos multimediáticos. Pero, guste o no, en algo habrán
de ceder en aras de una Argentina mejor para ellos y sus descendientes. Los
cambios de hábitos suelen ser beneficiosos para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario