El 31 de julio de 1914, con Francia a punto de ingresar en la Primera
Guerra Mundial, el fanático nacionalista francés Raoul Villain asesinó a su
compatriota socialista Jean Jaurès, cuya prédica pacifista sonaba a traición a
la patria en el exiguo esquema mental del peor nacionalismo. Villain ultimó a Jaurès
en la puerta del parisino café Le Croissant, cuya actual marquesina
conmemora el asesinato de Jaurès. El 29 de marzo de 1919, tras 56 meses de
detención, Villain fue sobreseído por sus jueces, quienes sostuvieron que el
éxito del pacifismo jaurèsiano habría impedido la victoria militar francesa en la
Primera Guerra Mundial y sentenciaron a la familia de Jaurès a pagar los costos del proceso. Tras su
sobreseimiento, Villain se radicó en España, donde le sorprendió el estallido
de la Guerra Civil Española y una cruel ironía del destino lo sentenció a morir
ejecutado por los republicanos españoles, quienes le acusaron de ser un espía franquista.
Casi un siglo después del asesinato de Jaurès, su compatriota y correligionario
político François Hollande, actual presidente de Francia, ha decidido secundar la
insensata decisión de intervenir militarmente en Siria, tomada por su par
estadounidense Barack Obama, cuya condición de estadounidense de color no le ha
impedido tomar una decisión digna de decisiones similares tomadas por sus
predecesores presidenciales Woodrow Wilson, Franklin D.Roosevelt, Harry
S.Truman y Lyndon Johnson al decidir respectivamente el ingreso de los Estados Unidos
en las dos guerras mundiales, la Guerra Fría y las guerras de Corea y Vietnam. Wilson,
Roosevelt, Truman y Johnson no sólo eran correligionarios políticos de Obama:
pertenecían a esa raza blanca de quienes oprimieran durante siglos enteros la
vida de estadounidenses de color como Obama, lo cual no impide que el actual
mandatario estadounidense adopte ante el conflicto sirio posturas dignas de un
miembro del Ku-Klux-Klan. Algo similar puede decirse de Hollande, cuyo presunto
socialismo no le impide adoptar ante el conflicto sirio una postura que habría
enardecido a Jean Jaurès.
En este caso, la expresión villanía holandesa no pretende
vituperar ridículamente a ningún ciudadano holandés, sino proponer dos
deliberados juegos de palabras. El primero de dichos juegos de palabras se
efectúa en base a la similitud ortográfica existente entre el galicismo
vilain (villano) y el apellido del asesino de Jaurès. El segundo se
efectúa en base al nombre francés de una Holanda geográficamente cercana a una
Francia actualmente presidida por el portador de un apellido coincidente con la
denominación francesa de la nación holandesa. Francia actualmente presidida por
un presunto heredero político de un Jaurès ultimado por un Villain sobreseído
dos meses y medio después del atroz asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht, acusados de traición a la patria por oponerse a una Primera Guerra
Mundial deplorada en sus inicios por un Jaurès ideológicamente afín a
Luxemburgo y Liebknecht. Los jueces de Villain dictaminaron que Jaurès habría
contribuido, a la larga, a impedir la victoria militar francesa en la Primera
Guerra Mundial. Los asesinos de Luxemburgo y Liebknecht parecían acusar a sus
víctimas de haber contribuido a materializar la humillante derrota militar
alemana en la Gran Guerra, infructuosamente vengada por Adolf Hitler con la
ocupación alemana impuesta a la patria de Jaurès entre 1940 y 1944. Para José
Rivera Indarte era acción santa matar a Juan Manuel de Rosas. Para Villain y
sus jueces parecía ser acción santa matar a Jean Jaurès, cuyo nombre afrancesaba
el primer nombre de un Rosas enfrentado a la invasión anglo-francesa de su
patria y paradójicamente convertido, durante veinticinco años, en refugiado
político de los ingleses. Tras haber reclamado durante casi veinte años la restitución
de las Islas Malvinas, Rosas pasó su último cuarto de siglo en las Islas Británicas,
a merced de la caridad de los usurpadores del archipiélago malvínico.
Croissant es un galicismo internacionalmente utilizado para
designar a ese farináceo que los argentinos preferimos denominar medialuna
y que inventó algún panadero vienés cuando los austríacos detuvieron el avance
militar turco sobre la Viena de 1683. Reducir el emblema religioso islámico a
una modesta porción de masa de panadería era una buena forma de simbolizar la reducción
del poderío islámico, de celebrar el triunfo cristiano sobre los presuntos
infieles musulmanes. Con los años, los croissants han sido incorporados a
los desayunos franceses y argentinos. Seguramente, los siguen sirviendo en el
parisino café Le Croissant. Puede que Obama y su aliado Hollande se reúnan en
los próximos días en París, para acordar detalles sobre la intervención militar
franco-estadounidense sobre una Siria otrora situada bajo dominio
francocolonial. Hollande es socialista (y, por ende, puede que también sea
ateo). Pero Hollande y Obama gobiernan naciones predominantemente cristianas
(católica en el caso francés y protestante en el caso estadounidense). Y ambos están proponiendo una invasión a una
Siria caracterizada por la coexistencia entre cristianos y musulmanes. Bueno sería
que Obama y Hollande celebraran un desayuno de trabajo en Le Croissant, cuyas
medialunas bien pueden alentarlos a tener más presente un noble adagio perteneciente
al idioma materno de Obama. El adagio en cuestión reza: Mind your own business (“Ocúpense
de sus propios asuntos”). Su recordación le está haciendo buena falta al primer
inquilino no blanco de la Casa Blanca. Y también a Hollande, cuya postura ante
el conflicto sirio sabe muy poco al pacifismo jaurèsiano y mucho a una villanía
holandesa.
El parisino café
Le Croissant, con alusiones francófonas al asesinato de Jean Jaurès
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