En las PASO del año en curso,
celebradas días atrás, oficié de suplente de una mesa electoral presidida por
mí en los comicios nacionales de 2011, radicada en un Puerto Madero habitado
por quien suscribe y sus padres desde mayo de 2001, cercana a la mesa receptora
de los votos emitidos desde 2011 por el vicepresidente Amado Boudou y afectada
al padrón integrado por presuntas celebridades domiciliadas en mi complejo
(como el Bambino Veira y una sobrina de un Fernando de la Rúa ingenuamente
votado por mí en las elecciones nacionales de 1991-1992 y 1999). En las PASO
del año en curso, Juan Carlos Blumberg,
hombre tan desafortunado a nivel familiar como político, presenciaba silenciosamente,
en mi cuarto oscuro, el escrutinio de mi mesa, como veedor y precandidato de su
insignificante partido, cuya lista de precandidatos fue la más fácil de
escrutar en mi mesa, donde los blumbergistas habían obtenido un solo voto. La
soledad del único voto blumbergista de mi mesa de las PASO de 2013 contrastaba con infinito
patetismo con las ciento cincuenta mil velas aparentemente posadas sobre mi
trigésimo cuarta torta de cumpleaños, cortada el 1° de abril de 2004, cuando
ciento cincuenta mil almas portadoras de velas abarrotaron
las calles porteñas para acompañar a un Blumberg devastado por la trágica muerte
de su hijo Axel a presentar un petitorio dirigido al Congreso Nacional y
promotor del endurecimiento de penas carcelarias, de una edad de imputabilidad
más temprana y del juicio por jurados. La soledad del único voto blumbergista de mi mesa de las PASO
de 2013 contrastaba con infinito patetismo con las 5.125.000 firmas estampadas al pie del petitorio presentado por
Blumberg y sus ciento cincuenta mil seguidores de aquella noche de abril de
2004. Nueve años después, solo de toda soledad, Blumberg contemplaba impertérrito el escrutinio de mi
mesa.
Al escrutar los 232 votos emitidos en nuestra
mesa, descubrí, junto con mi presidente y fiscales, que no nos resultaría
particularmente difícil contabilizar el solitario voto blumbergista, los 108
votos macristas y 25 votos kirchneristas de mi mesa. Las boletas macristas, las
más numerosas de mi urna, sólo ostentaban cinco cortes de boleta. Las papeletas
kirchneristas no presentaban ningún corte de boleta. Las papeletas macristas y kirchneristas
no parecían, por ende, difíciles de contabilizar, aunque no podía decirse lo mismo
de los numerosos sufragios otorgados en mi mesa a las cuatro listas de
precandidatos de UNEN, debido a su número de listas y los numerosos
cortes de boleta ostentados por sus papeletas de votación y particularmente
perceptibles en la lista encabezada por Elisa Lilita Carrió y Fernando Pino
Solanas y paradójicamente destinada a devenir en la lista de precandidatos más
votada por el electorado porteño afectado a las PASO del año en curso. Sólo una lista de UNEN no presentaba ningún corte de
boleta: la lista
encabezada por Leandro Hipólito Illia, hijo del difunto ex presidente Arturo Illia,
que, además de no haber obtenido ningún corte de boleta, sólo había obtenido
cuatro votos, no mucho menos solitarios que el único voto blumbergista de mi
mesa, probablemente emitidos por un cuarteto de votantes mayores de 70 años, en
nostálgico homenaje al padre del precandidato de UNEN, víctima ilustre de la
harto evitable excrecencia golpista argentina del siglo XX.
En el escrutinio de mi mesa de las PASO de 2013, UNEN parecía
presentarse como tataranieta del radicalismo alemnista del decenio de 1890, fundador
de la Unión Cívica
Radical (UCR). Como es sabido, la Unión Cívica Radical surgió paradójicamente
de un acto de desunión cívica radicalizada, materializado en 1891 con la
decisión de Leandro N.Alem y otros miembros de la Unión Cívica Nacional (UCN)
de alejarse de la UCN, responsable de una Revolución del Parque desembocada en
la dimisión del cuestionado presidente conservador Miguel Ángel Juárez Celman. Alem
y los alemnistas acusaban a la UCN de haber traicionado las banderas de la
Revolución del Parque con el acuerdo electoral suscrito, con miras a las
elecciones presidenciales de 1892, entre los ex presidentes Bartolomé Mitre y
Julio Argentino Roca, este último concuñado y predecesor presidencial de Juárez
Celman. Durante su larguísima y accidentadísima trayectoria histórica, la UCR, supuestamente
definible como una radicalización de la unión cívica, perfilaría reiteradamente,
en los hechos, como una radicalización de la desunión cívica, como parecieron
demostrarlo sus sucesivos enfrentamientos internos: concurrencistas vs.abstencionistas,
personalistas vs.antipersonalistas, balbinistas vs.frondizistas… Ni qué decir
de la harto patética Alianza, ignominiosamente naufragada tras un cuatrienio de
azarosísima navegación por las harto turbulentas aguas del Mar Argentino
neoliberal.
Esa Desunión Cívica Radical (DCR)
parecía contemplarme desde el complejo escrutinio de las numerosas boletas de
UNEN aparecidas en la urna de mi mesa de
las PASO de 2013. Llegué a sentirme un completo imbécil cuando, como un niño
cantor de la Lotería Nacional, debí aclarar, caso por caso, a los fiscales que contabilizaban
los votos en una gran pizarra de tiza, quién había votado por los precandidatos
a diputado de UNEN y quién por sus precandidatos a senador. Así hasta agotar
las cuatro listas de UNEN, que poco honor hacía a su noble nombre con semejante
dispersión.
El radicalismo fracturado, una
constante en la vida de un partido surgido de una escisión. Portada del
libro De
la boina blanca al sushi. Análisis del Partido Radical, de Pablo Regnier (Buenos Aires,
Distal, 2006)
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