jueves, 22 de agosto de 2013

DCR

En las PASO del año en curso, celebradas días atrás, oficié de suplente de una mesa electoral presidida por mí en los comicios nacionales de 2011, radicada en un Puerto Madero habitado por quien suscribe y sus padres desde mayo de 2001, cercana a la mesa receptora de los votos emitidos desde 2011 por el vicepresidente Amado Boudou y afectada al padrón integrado por presuntas celebridades domiciliadas en mi complejo (como el Bambino Veira y una sobrina de un Fernando de la Rúa ingenuamente votado por mí en las elecciones nacionales de 1991-1992 y 1999). En las PASO del año en curso, Juan Carlos Blumberg,  hombre tan desafortunado a nivel familiar como político, presenciaba silenciosamente, en mi cuarto oscuro, el escrutinio de mi mesa, como veedor y precandidato de su insignificante partido, cuya lista de precandidatos fue la más fácil de escrutar en mi mesa, donde los blumbergistas habían obtenido un solo voto. La soledad del único voto blumbergista de mi mesa de las PASO de 2013 contrastaba con infinito patetismo con las ciento cincuenta mil velas aparentemente posadas sobre mi trigésimo cuarta torta de cumpleaños, cortada el 1° de abril de 2004, cuando ciento cincuenta mil almas portadoras de velas abarrotaron las calles porteñas para acompañar a un Blumberg devastado por la trágica muerte de su hijo Axel a presentar un petitorio dirigido al Congreso Nacional y promotor del endurecimiento de penas carcelarias, de una edad de imputabilidad más temprana y del juicio por jurados. La soledad del único voto blumbergista de mi mesa de las PASO de 2013 contrastaba con infinito patetismo con las 5.125.000 firmas  estampadas al pie del petitorio presentado por Blumberg y sus ciento cincuenta mil seguidores de aquella noche de abril de 2004. Nueve años después, solo de toda soledad, Blumberg contemplaba impertérrito el escrutinio de mi mesa.  
 Al escrutar los 232 votos emitidos en nuestra mesa, descubrí, junto con mi presidente y fiscales, que no nos resultaría particularmente difícil contabilizar el solitario voto blumbergista, los 108 votos macristas y 25 votos kirchneristas de mi mesa. Las boletas macristas, las más numerosas de mi urna, sólo ostentaban cinco cortes de boleta. Las papeletas kirchneristas no presentaban ningún corte de boleta. Las papeletas macristas y kirchneristas no parecían, por ende, difíciles de contabilizar, aunque no podía decirse lo mismo de los numerosos sufragios otorgados en mi mesa a las cuatro listas de precandidatos de UNEN, debido a su número de listas y los numerosos cortes de boleta ostentados por sus papeletas de votación y particularmente perceptibles en la lista encabezada por Elisa Lilita Carrió y Fernando Pino Solanas y paradójicamente destinada a devenir en la lista de precandidatos más votada por el electorado porteño afectado a las PASO del año en curso. Sólo una lista de UNEN no presentaba ningún corte de boleta: la lista encabezada por Leandro Hipólito Illia, hijo del difunto ex presidente Arturo Illia, que, además de no haber obtenido ningún corte de boleta, sólo había obtenido cuatro votos, no mucho menos solitarios que el único voto blumbergista de mi mesa, probablemente emitidos por un cuarteto de votantes mayores de 70 años, en nostálgico homenaje al padre del precandidato de UNEN, víctima ilustre de la harto evitable excrecencia golpista argentina del siglo XX.   
En el escrutinio de mi mesa de las PASO de 2013, UNEN parecía presentarse como tataranieta del radicalismo alemnista del decenio de 1890, fundador de la Unión Cívica Radical (UCR). Como es sabido, la Unión Cívica Radical surgió paradójicamente de un acto de desunión cívica radicalizada, materializado en 1891 con la decisión de Leandro N.Alem y otros miembros de la Unión Cívica Nacional (UCN) de alejarse de la UCN, responsable de una Revolución del Parque desembocada en la dimisión del cuestionado presidente conservador Miguel Ángel Juárez Celman. Alem y los alemnistas acusaban a la UCN de haber traicionado las banderas de la Revolución del Parque con el acuerdo electoral suscrito, con miras a las elecciones presidenciales de 1892, entre los ex presidentes Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca, este último concuñado y predecesor presidencial de Juárez Celman. Durante su larguísima y accidentadísima trayectoria histórica, la UCR, supuestamente definible como una radicalización de la unión cívica, perfilaría reiteradamente, en los hechos, como una radicalización de la desunión cívica, como parecieron demostrarlo sus sucesivos enfrentamientos internos: concurrencistas vs.abstencionistas, personalistas vs.antipersonalistas, balbinistas vs.frondizistas… Ni qué decir de la harto patética Alianza, ignominiosamente naufragada tras un cuatrienio de azarosísima navegación por las harto turbulentas aguas del Mar Argentino neoliberal.
Esa Desunión Cívica Radical (DCR) parecía contemplarme desde el complejo escrutinio de las numerosas boletas de UNEN aparecidas en la urna de mi  mesa de las PASO de 2013. Llegué a sentirme un completo imbécil cuando, como un niño cantor de la Lotería Nacional, debí aclarar, caso por caso, a los fiscales que contabilizaban los votos en una gran pizarra de tiza, quién había votado por los precandidatos a diputado de UNEN y quién por sus precandidatos a senador. Así hasta agotar las cuatro listas de UNEN, que poco honor hacía a su noble nombre con semejante dispersión.

 El radicalismo fracturado, una constante en la vida de un partido surgido de una escisión. Portada del libro  De la boina blanca al sushi. Análisis del Partido Radical, de Pablo Regnier (Buenos Aires, Distal, 2006)


       

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