sábado, 25 de mayo de 2013

Muerte y resurrección del 25 de Mayo

En un pasaje de Los gauchos judíos, relato sobre las colonias agrarias judeo-entrerrianas de fines del siglo XIX, Alberto Gerchunoff pinta un grupo de colonos agrarios judeo-ucranianos decididos a empavesar su colonia con variados colores (por ignorar los colores patrios argentinos) y unirse a los argentinos en su clásica conmemoración de la Revolución de Mayo, en un intento de morigerar sus resistencias a la previsible aculturación del colono, corporizada en un joven colono llamado Jacobo, apercibido por su rabino por vestir como un gaucho, no rezar en la sinagoga de su colonia y limpiar su caballo durante el Sabbat, proclive a saludar al estilo comarcano con un poco hebraico Ave María Purísima y aparentemente decidido a limitar su judaísmo a consumir el apetitoso guefilte fish confeccionado por una vecina para un malogrado casamiento judío.


   















Escena nupcial de la versión cinematográfica de Los gauchos judíos, dirigida en 1974 por Juan José Jusid

Los gauchos judíos fueron publicados en 1910, cuando la clase dirigente argentina se aprestaba, como los personajes de Gerchunoff, a conmemorar la Revolución de Mayo, en unos festejos amplificados por el centenario de la gesta maya de 1810. El presidente José Figueroa Alcorta se lució públicamente con la invitada de honor, la infanta Isabel de Borbón, tía del monarca español Alfonso XIII. Figueroa Alcorta quería todo de lo mejor. Y no se andaba con chiquitas. En 1906, la muerte del presidente Manuel Quintana lo había convertido en primer magistrado de la Nación. Su padrino político Julio Argentino Roca lo había subestimado, creyéndolo incapaz de arrebatarle el título de árbitro indiscutido de la política argentina investido por el Zorro desde 1880. En 1907, como el Congreso, mayoritariamente roquista, se negaba a aprobarle el presupuesto nacional, Figueroa Alcorta se limitó a reunir a sus ministros y hacerles firmar un decreto que declaraba vigentes las bloqueadas partidas presupuestarias y daba por finalizadas las sesiones parlamentarias extraordinarias. Y, para mayor seguridad, Figueroa Alcorta hizo clausurar militarmente el Congreso.  Figueroa Alcorta no se andaba con chiquitas. Ello explica la larga vida de cárcel y destierro que aguardaba al anarquista judeo-ucraniano Simón Radowitzky, connacional y correligionario religioso de los personajes de Gerchunoff, nacido en 1891, fallecido en 1956 e ingresado en los anales históricos como el asesino del coronel Ramón Falcón y su secretario privado Alberto Lartigau, públicamente ultimados, durante la presidencia de  Figueroa Alcorta, por un Radowitzky deseoso de vengar las muertes de los ocho anarquistas masacrados por los efectivos policiales encargados de ejecutar la orden de Falcón de reprimir el acto anarquista efectuado el 1º de mayo de 1909 en la porteña Plaza Lorea.


Vehículo ocupado por Falcón y Lartigau al ser ultimados por la bomba anarquista de Radowitzky, lanzada el 14 de noviembre de 1909


Monumento a Falcón, erigido en el excluyente barrio porteño de la Recoleta, con  emblema anarquistaalusiones a Radowitzky

En la Argentina del Centenario no había, según sus gobernantes, lugar para Radowitzkys. Los hijos de los inmigrantes europeos no podían ser unos descarriados. Debían ser buenos argentinos, debidamente escolarizados en los términos de la ley educativa roquista de 1884 y adecuadamente argentinizados, de ser varones, en los términos de la ley roquista de conscripción obligatoria de 1901. Durante el año del Centenario, el presidente José Figueroa Alcorta sería sucedido por Roque Sáenz Peña, quien, en 1912, crearía una nueva obligación para los buenos argentinos varones, extendida en 1947 a las buenas mujeres argentinas: la obligación de votar, cuyo cumplimiento boicotearían paradójicamente, en la reiterada Argentina golpista,  los descendientes de los gobernantes argentinos del Centenario. No era propio de buenos argentinos, de ningún sexo, boicotear las sacrosantas fechas patrias, según los gobernantes argentinos del Centenario, quienes promulgar una ley de residencia para el inmigrante que no intentara hacer percibir a sus descendientes argentinos el carácter sacrosanto de las efemérides, explicativo de la costumbre de la madre de Jacobo Timerman de fijar grandes escarapelas argentinas en el guardapolvo lucido en efemérides escolares por su vástago, tocayo del personaje de Gerchunoff y connacional y correligionario religioso de un Radowitzky indultado y desterrado, en el año del séptimo cumpleaños de Timerman, por decreto presidencial de un Hipólito Yrigoyen devenido en 1916 en el primer mandatario argentino ungido al amparo de la vapuleada normativa comicial sáenzpeñista de 1912. Jacobo Timerman pasaría las de Caín durante un régimen procesista proclive a exacerbar desmedida y farisaicamente la relevancia de las efemérides y otras expresiones grandilocuentes de patriotismo. Afortunadamente, los argentinos aprenderían posteriormente a eludir los cantos de sirena de los dos grandes males históricos de la Argentina del último siglo (golpismo y neoliberalismo). Un hijo de Timerman ocupa actualmente, en son de reparación histórica, el cargo de canciller. Librados de sus peores flagelos, los argentinos pueden celebrar este 25 de Mayo con el mismo optimismo legítimo y antielitista del Bicentenario.

  














Jacobo Timerman 

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