En
su película Moebius, de 1996, el cineasta argentino Gustavo Mosquera
imagina una Buenos Aires futura atravesada por infinitas líneas de subte, prolongadas
hasta Ezeiza o Brandsen, con paradas en Ciudad Universitaria o el Dock Sud y
alguna estación bautizada en honor de Jorge Luis Borges, en neta alusión a la
obsesión borgeana por esos laberintos en los que amenazan con devenir, según Mosquera,
los subtes porteños del mañana, cuyo director general, Marcos Blasi, se encuentra acosado por la desaparición
de una formación con pasajeros a bordo. Blasi acepta recibir una comisión investigadora,
integrada por importantes representantes de los sectores privado y público. Blasi
teme que sus encumbrados visitantes lo encaren a cara de perro y resuelve convocar
al jefe de obras, que envía, en su representación, al joven topólogo Daniel Pratt, encarnado por Guillermo
Angelelli y recibido con
desconfianza por Blasi, quien indica a Pratt que acuda al
encuentro nocturno con la comisión investigadora munido de los planos
originales del subte, que Pratt solicita a un archivo, donde se le
informa que los planos fueron retirados del archivo por Hugo Mistein, ex
profesor universitario de Pratt. Pratt acude a su antigua
facultad, donde una docente le informa que Mistein desapareció
misteriosamente mucho tiempo atrás. La profesora proporciona a Pratt el domicilio
y número telefónico de Mistein. Tras un infructuoso contacto telefónico,
Pratt se dirige en subte a la casa de Mistein, domiciliado en el
Dock Sud, debiendo afrontar la desconfianza de una niña llamada Abril y el
autoritarismo de su madre, domiciliadas en el humilde departamento agendado a
nombre de Mistein por su ex
colega, que no impiden que Pratt
egrese del modesto inmueble munido de planos del subte susceptibles, según Pratt,
de echar alguna luz sobre el misterio de la desaparición del convoy. Acompañada
de Abril, Pratt se
dirige al encuentro con Blasi y los severos integrantes de la comisión
investigadora, quienes consideran que Pratt se burla de sus poderosos interlocutores
al insinuar que la formación desaparecida ha ingresado en una dimensión
inaccesible inspirada en una tesis del matemático decimonónico alemán August
Ferdinand Moebius, mencionada por Mistein en los planos obtenidos
por Pratt, quien, basándose en anotaciones de su ex profesor, se
aventura por la inmensa red de subtes hasta encontrar a Mistein
manejando la formación desaparecida, adaptada para un viaje infinito por un Mistein
inspirado en Moebius. Tras una breve
y abstracta conversación, Pratt convence a Mistein de restituir la
formación y su pasaje al mundo real, para alivio de Blasi, cuya renovada
paz se ve inmediatamente interrumpida cuando un jefe de estación le anuncia,
tras atender un llamado telefónico, la desaparición de otra formación.
Guillermo Angelelli en
Moebius
Una
Buenos Aires llena de subtes pareció ser anunciada el 1º de marzo de 2004 por el
entonces jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, ante la Legislatura capitalina.
En dicha ocasión, Ibarra, sobreviviente del naufragio de la Alianza reelegido
con patrocinio kirchnerista, anunció que la Buenos Aires de 2009 habría
ampliado considerablemente sus cinco líneas de subte y creado otras cuatro líneas.
Diez meses después, Ibarra estrenaba el año 2005 con 194 personas muertas en la
tragedia de Cromañón y una amenaza de destitución cernida sobre su cabeza y
consumada el 7 de marzo de 2006.
De las cuatro nuevas líneas anunciadas por Ibarra sólo se ha creado una,
y las cinco líneas preexistentes brillan por la falta de inversión, lo cual no
ha impedido que Mauricio Macri, hijo de millonario, fruto de la educación privada,
que quizá nunca viajó en transporte público, sea un jefe de Gobierno tan
reelegido como Ibarra, quien, en una entrevista publicada en 2004 en la revista
Debate,
se jactó de tener dos hijos matriculados en escuelas públicas y usuarios de transporte
público.
¿Son
factibles los desmesurados subtes porteños vaticinados por Mosquera en Moebius?
No faltan antecedentes. El subte ya parecía ser el principal (y cuasi-único)
medio de transporte público en las grandes ciudades europeas y americanas
visitadas por mí entre 1989 y 2003. Muy pocos medios de transporte público alternativos
recuerdo haber visto, por esos años, en las calles de las capitales inglesa,
italiana, francesa, española, chilena, mexicana y griega. O en Estambul, donde casi no parecía haber ningún otro medio de transporte público que un servicio tranviario tan inconmensurable como los desmesurados subtes porteños vaticinados por Mosquera. Claro que pedir tamaña
expansión del subte porteño quizá implicaría atentar sacrílegamente contra esa
poderosa expresión identitaria porteña encarnada en el colectivo, creado en
1928 por unos taxistas porteños temerosos de la competencia del tranvía y del
automóvil particular y actualmente propensos a concebir al colectivero como su
mortal enemigo. Mientras tanto, los subtes porteños sólo parecen vaticinar el
fracaso de un eventual “efecto Moebius”, definible como la
desmesurada expansión de los subtes porteños vaticinada por el film
de Mosquera.
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