sábado, 11 de enero de 2014

Certificado de discapacidad

José de San Martín definía la soberbia como una discapacidad que solía afectar a unos “pobres infelices mortales” súbitamente dotados de “una miserable cuota de poder”. Tales son los discapacitados repentinamente enfrentados por el Walter Mitty encarnado por Ben Stiller en La increíble vida de Walter Mitty. En el día de su cuadragésimo segundo cumpleaños, Walter recibe dos singulares regalos. Uno de ellos es un pastel de naranja recibido por Walter al ingresar en el imponente edificio de la célebre revista estadounidense Life, donde Walter trabaja desde los 26 años y encabeza el departamento de negativos fotográficos. Junto al tentador pastel, Walter recibe un segundo presente, bastante menos atractivo. Al llegar a su lugar de trabajo, Walter saluda a un compañero de labor, quien le informa que Life ha cambiado repentinamente de firma y pasado a manos de un grupo inversor decidido a convertir a Life en una revista on line, prescindiendo de los servicios de Walter y sus compañeros de trabajo. En los tiempos de la Internet y de la fotografía digital, no hay espacio para la revista impresa y el celuloide fotográfico, aunque ambos medios hayan prestado inestimables servicios a Life durante decenios. Los nuevos propietarios de Life deciden compensar simbólicamente a sus despedidos con una edición especial destinada al último número impreso de Life y dotada de una portada ilustrada con una fotografía supuestamente remitida a Walter por Sean O'Connor, escurridizo fotógrafo de Life, renuente a digitalizar el celuloide fotográfico y contratar un teléfono móvil. Los siniestros nuevos directivos de Life presionan impiadosamente a Walter para que les entregue la fotografía escogida para la última portada impresa de Life, misteriosamente desaparecida de su plancheta de negativos. La renuencia de Sean al teléfono celular obligará a Walter a perseguir al fotógrafo por el orbe. Su angustiosa búsqueda le llevará a Groenlandia, donde el único individuo capaz de conducir a Walter ante Sean parece ser un alcohólico piloto de helicóptero obligado a pilotear su aeronave en estado de ebriedad, con objeto de portar repuestos para la radio de una embarcación abordada por marineros chilenos ansiosos por divertirse en un club nocturno islandés y tripulada por personas del conocimiento de Sean. Walter cae a un Ártico merodeado por tiburones, perdiendo los repuestos para la radio del barco, cuya tripulación lo rescata calado hasta los huesos. Charlando con tripulantes del barco, Walter descubre que puede localizar a Sean en una comarca de polisilábicos nombres islandeses impronunciables para Walter, donde el único medio de transporte disponible parece ser una bicicleta comunitaria milagrosamente arrebatada por Walter a los libidinosos marineros chilenos y posteriormente canjeada por Walter por una patineta perteneciente a un niño islandés para atravesar agrestes paisajes islandeses fotografiados por un Sean intrépidamente erguido sobre el fuselaje de un avión infructuosamente perseguido por un Walter acosado por implacables presiones laborales que le impedirán sorprenderse gratamente al descubrir una filial islandesa de Papa John's, cadena multinacional estadounidense de pizzerías devenida veinticinco años atrás en el primer empleador de un Walter de 17 años obligado por el deceso de su padre sin ahorros a renunciar al corte capilar mohicano generosamente legado a Walter por su progenitor y rigurosamente prohibido a Walter y demás repartidores de Papa John's. Walter termina localizando a Sean en unas alturas himaláyico-afganas tan gélidas como ese Ártico groenlandés súbitamente testeado por Walter y tan sojuzgadas por señores de la guerra afganos como Life por sus nuevos propietarios. En el techo del mundo, Sean incitará a Walter a relajarse y jugar un picadito de fútbol con montañeses afganos, informándole que el negativo fotográfico afanosamente rastreado por Walter estaba dentro de una billetera obsequiada por Sean con motivo de los 42 abriles de Walter y providencialmente rescatada del tacho de basura por la madre de Walter, autora del  pastel de naranja gustosamente degustado por unos señores de la guerra afganos misteriosamente dotados de un incontestable poder de veto sobre el periplo montañés de Walter, cuyo hallazgo del ansiado negativo no impedirá el impiadoso despido de un Walter demasiado añoso para repartir pizzas. Despido simbólicamente indemnizado por la inclusión del retrato de Walter en la última portada impresa de Life. Walter es víctima de la mise-en-scene del concepto sanmartiniano de soberbia, respaldado por un certificado de discapacidad aparentemente irrevocable.


Ben Stiller en La increíble vida de Walter Mitty

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