domingo, 12 de enero de 2014

La venganza de Hannah Arendt

Mañana del sábado 11 de enero de 2014. La colectividad judeo-ortodoxa porteña atraviesa uno de los primeros sabbats del año gregoriano en curso. Mi teléfono celular de innoble goy recibe un entrecortado informe mediático del deceso del ex premier israelí Ariel Sharon, comatoso desde 2006. Por la tarde me reúno con un amigo a ver la película de la cineasta germana Margarethe von Trotta sobre la filósofa judeo-alemana Hannah Arendt. El film de Von Trotta abre con el rapto del ex jerarca nazi Adolf Eichmann, secuestrado en la Argentina de 1960 por agentes de inteligencia israelíes para su posterior enjuiciamiento y ahorcamiento en Israel. La película de Von Trotta evoca el viaje de Arendt a Jerusalén, donde Arendt cubrirá el proceso de Eichmann para el famoso semanario neoyorquino The New Yorker. La polémica toma de posición arendtiana incitará a numerosos correligionarios religiosos de Arendt a acusar a la filósofa de traición al pueblo judío. Los detractores de Arendt no se privarán de recordar la admiración de Arendt por su maestro filosófico alemán Martin Heidegger, sospechoso de filonazismo. Arendt considera que no traiciona al pueblo judío por reivindicar la obra filosófica de Heidegger, tal como, años después, el director orquestal judeo-argentino Daniel Barenboim negará traicionar al pueblo judío al conformar una orquesta palestino-israelí y afirmar que la producción operística wagneriana es considerablemente más relevante que el antisemitismo de Richard Wagner y la admiración de Adolf Hitler por Wagner. La postura de Arendt y Barenboim poco debe agradar a los judíos más cerrados. El larguísimo coma de Sharon bien puede definirse, desde dicha óptica, como la  venganza de una Hannah Arendt valientemente atrevida a opinar libremente sin abjurar en absoluto de su judaísmo.

        
Barbara Sukowa en Hannah Arendt

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