miércoles, 1 de enero de 2014

De enero a enero


Eduardo Caamaño coloca la banda presidencial a Eduardo Duhalde (1.01.2002)

El 1º de enero de 2002 fue un 1º de enero atípico en la Argentina. Al bienio presidencial de Fernando de la Rúa, votado e24 de octubre de 1999 por 9.167.261 electores, habían seguido cuatro presidentes en dos semanas, sin otro aval comicial que el respaldo de un minúsculo electorado parlamentario. Yo estaba en San Clemente del Tuyú, procurando vacacionar en un verano austral recién iniciado y anunciado como desusado, complejo e incierto. Mientras mis padres estaban en la playa, yo había optado por quedarme en el departamento adquirido por mi progenitor, cinco años atrás, en la localidad balnearia bonaerense. Sentado al borde de mi lecho, no despegaba los ojos de un televisor sintonizado en la transmisión de la elección parlamentaria del quinto presidente impuesto en tiempo récord a una atribulada Argentina. En ese mismo televisor yo había presenciado el abrupto final del efímero interinato presidencial del ex gobernador puntano Adolfo Rodríguez Saá. En aquella primera mañana del año 2002, yo aguardaba ansiosamente la previsible elección presidencial de Eduardo Duhalde, cuyos 7.253.909  electores de 1999 habían sido menos capaces de convertirlo en presidente que los 262 legisladores nacionales inclinados por una elección presidencial recaída sobre Duhalde en aquel harto incierto 1º de enero de 2002. Duhalde asumía la presidencia en un 1º de enero tan atípico como aquel 1º de enero de 1809 conmovido en Buenos Aires por el pronunciamiento de Martín de Álzaga contra Santiago de Liniers. No despegué mis ojos del televisor hasta ver la banda presidencial cruzada sobre el pecho del ex gobernador bonaerense, a quien se auguró una presidencia tan efímera como las presidencias de sus cuatro predecesores presidenciales más inmediatos. Por suerte se equivocaron quienes auguraron tan triste destino a la presidencia de Duhalde.
Doce años después se nos plantea un dilema similar, salvando las distancias. Un problema médico de consideración ha incitado a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, durante el último bimestre, a delegar importantes tareas gubernativas en el vicepresidente Amado Boudou y en el jefe de Gabinete Jorge Capitanich. Este último carece del perfil bajo de Boudou y actúa como un presidente respaldado por los millones de votos que respaldaron la asunción presidencial de De la Rúa, cuando los hechos prueban incontrastablemente que a Capitanich nadie lo eligió presidente. Capitanich accedió a la jefatura de Gabinete tras haber renunciado a la segunda gobernación confiada a por el electorado chaqueño a un Capitanich designado en su momento para la jefatura de Gabinete por el presidente Duhalde. Este enero de 2014 se abre con un importante interrogante a despejar: como en enero de 2002, hay que definir quién manda en la Argentina. De enero a enero, la nación sudamericana necesita quien la organice. 

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