"Te alabamos, Cristo, y te bendecimos, porque con Tu Santa Cruz redimiste al mundo...", salmodiábamos a coro los feligreses de Nuestra Señora de los Emigrantes, parroquia del barrio porteño de Catalinas Sur, durante la Semana Santa de 1992, mientras procesionábamos alrededor de las imágenes del Via Crucis adosadas a los muros de nuestra capilla. Cristo había redimido al mundo con Su Cruz. Su prédica había sido la prédica de los promotores de un mundo mejor, que, durante milenios, han padecido la arbitrariedad de los defensores del statu quo, frecuentemente poderosos e implacables con sus objetores.
Al policía neoyorquino Frank Sérpico, encarnado en el cine por Al Pacino, le repugnaba la corrupción policial neoyorquina del decenio de 1970. Intentó denunciarla y se granjeó la enemistad de sus pares, hasta el punto de retirarse tempranamente del servicio policial activo. A su modo, Sérpico intentó enarbolar la cruz redentora de Jesús.
Al Pacino en Sérpico (1973)
Por estos días, trece gobernadores provinciales argentinos cedieron ante reclamos de sus policías provinciales, cuyo súbito autoacuartelamiento amenazaba la paz social de sus jurisdicciones. El gobernador cordobés José Manuel de la Sota no debía querer terminar como su predecesor Ricardo Obregón Cano, correligionario de De la Sota y arbitrariamente destituido en 1974 por el jefe de turno de la policía cordobesa (llamado Antonio Domingo
Navarro y pronunciado contra Obregón Cano con la cartelera cinematográfica internacional deslumbrada por el talento actoral desplegado por el joven Pacino al personificar al anti-Navarro estadounidense encarnado en Sérpico). Desde dicha perspectiva, era comprensible que los reclamos policiales fuesen atendidos en las trece jurisdicciones provinciales con policías autoacuarteladas y que el Gobierno Nacional considerase conveniente, para asegurarse su lealtad, otorgar incentivos salariales a las fuerzas de seguridad nacionales (Gendarmería, Policía Federal y Prefectura Naval). En el centro del partido bonaerense de Avellaneda, a las puertas de una capital argentina precariamente protegida por su jovencísima Policía Metropolitana, sendos motochorros parecían agitar el fantasma de los saqueos de diciembre de 2001, cuyo duodécimo aniversario coincidía con el treintanario de la actual democracia argentina, aparentemente tan jaqueada por las fuerzas de seguridad como la precaria democracia argentina de 1930-1983 por las Fuerzas Armadas. En otras provincias momentáneamente privadas de protección policial, los comerciantes se munían de armas para defender su patrimonio mercantil ante la voracidad de los saqueadores.
La redención de la Gendarmería, la Prefectura y las policías federal y provinciales no provendrá de los controversiales incrementos salariales otorgados a dichas fuerzas de seguridad como salida de emergencia por el Gobierno Nacional y las trece administraciones provinciales jaqueadas por el reciente pronunciamiento policial. Según lo acordado, el sueldo mensual de un gendarme, prefecto o policía duplicaría o triplicaría el sueldo mensual de la maestra de su hijo, como si la alfabetización fuese menos prioritaria que la seguridad de una zona fronteriza, portuaria o comercial, en una Argentina que no ha sufrido ninguna ocupación territorial extranjera prolongada desde la ocupación ilegítima británica del archipiélago malvínico, que lleva casi dos siglos sin exceder los escasos doce mil kilómetros cuadrados del marco geopolítico estrictamente malvinense. El expansionismo británico decimonónico nunca se interesó en ocupar territorialmente una Argentina continental de una superficie territorial semiequivalente a la extensión geográfica de una India sometida a ocupación territorial británica durante noventa años.
Ningún analfabeto podría ser gendarme, prefecto o policía. La actual policía bonaerense sólo recluta cuadros con estudios secundarios completos y les obliga a ampliar su formación con estudios terciarios cursados en la escuela policial bonaerense. Sin embargo, los actuales gendarmes, prefectos y policías celebran el hecho de percibir haberes salariales netamente superiores a los emolumentos de unos docentes primarios y secundarios previsiblemente movilizados, en un futuro cercano, en demanda de equiparaciones salariales. ¿Aparecerá un Sérpico argentino valientemente decidido a subrayar dicha irregularidad ante sus pares? ¿Percibirán estos últimos la necesidad de un Cristo Redentor? ¿O preferirán crucificar a su Sérpico?
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