jueves, 26 de diciembre de 2013

Paraná

Atravesé el Paraná por primera vez en una brumosa tarde de 1976, a mis seis años. Regresaba a la capital argentina, mi ciudad natal, con mis padres y mi hermana de cuatro años, tras una excursión al Palmar de Colón, efectuada a bordo del modesto Renault 6 de mi padre. Aún no se había habilitado el Puente Zárate-Brazo Largo, lo cual nos obligó a abordar un enorme ferry amarrado en la orilla entrerriana del Paraná. Nuestro espacioso transbordador enfiló pesadamente hacia la ribera bonaerense del inmenso río. Durante la breve travesía fluvial, mi sana curiosidad infantil me permitió grabar en mi retina la silueta del puente inconcluso, envuelta en las brumas de un Paraná con tanta sueñera y barro como el Plata postulado por Jorge Luis Borges en su Fundación mítica de Buenos Aires. Cinco años después, la deliciosa inocencia de mis once abriles me haría batir palmas al atravesar el Paraná por el Túnel Subfluvial Hernandarias, extendido entre las capitales santafesina y entrerriana.
En vísperas del año 2014, la Argentina está constreñida a impiadosos calores estivales, que los rosarinos no están pudiendo mitigar con baños tomados en un Paraná actualmente sojuzgado por palometas, feroces peces carnívoros de la familia de las pirañas, que han dejado un tendal de personas mordidas por los impiadosos depredadores fluviales. Que no necesitan transbordadores, puentes o túneles para desplazarse por el Paraná.


Ejemplar de palometa


         

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