Informe televisivo chileno sobre la protesta policial argentina de diciembre de 2013
En 1880, Nicolás Avellaneda transitaba el tramo final de su sexenio presidencial, marcado a fuego por el duro conflicto político-armado rematado por la federalización de la ciudad de Buenos Aires y jalonado por un tiroteo contra la casa del mandatario. Avellaneda, al recibir una comisión legislativa, les señaló al vigilante de facción apostado en la esquina del hogar de Avellaneda, diciéndoles: "Sobre aquel vigilante, el presidente de la República no tiene ninguna autoridad"
Más de un siglo después, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner parece tener tan poca autoridad sobre el vigilante de facción como su predecesor decimonónico. En la Casa Rosada, la mandataria debe coexistir con múltiples fuerzas de seguridad: Policía Federal, Policía Metropolitana, Policía Aeroportuaria, Policía Aduanera, Prefectura Naval, Gendarmería Nacional, empresas de seguridad privada, como si una ciudad de escasos tres millones de habitantes necesitase veinte fuerzas de seguridad para vivir tranquilamente... En la Quinta de Olivos, la jefa de Estado debe convivir con la odiada Policía Bonaerense, recientemente sumada a la protesta de otras doce policías provinciales, cuyos efectivos pretenden ganar más que las maestras de sus hijos, como si la educación fuese menos prioritaria que la seguridad, como si un policía jamás hubiese necesitado aprender a leer y escribir para ingresar a la policía.
En estas semanas previas a las fiestas de Navidad y Reyes, trece policías provinciales, secundados por sus pares de Policía Federal, Prefectura Naval y Gendarmería Nacional, parecen haber reducido a sus gobiernos-empleadores, en su perverso imaginario colectivo, al status de un Papá Noel o de un Rey Mago obligado, a punta de pistola, a otorgarles generosos aumentos salariales. Espero que al menos tengan la amabilidad de dejar la cartita, con agua y pasto para los camellos de los Reyes, junto a sus aborrecidos borceguíes reglamentarios.
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