En una entrada de mi primer blog, publicada
el 17 de julio de 2010, taché de “cándido” a monseñor Jorge Bergoglio, a la
sazón arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina. A mi
entender de aquel entonces, el candor de monseñor Bergoglio provenía del “desconcertante
simplismo” a mi juicio imputable a una carta de Bergoglio, dirigida a las
monjas carmelitas y contraria a una ley de matrimonio igualitario próxima a ser
promulgada públicamente por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner[1].
Durante el segundo semestre de 2011, retomé
la práctica regular del culto católico, tras un paréntesis de 15 años, en
cumplimiento de una promesa formulada a la Virgen de Schoenstatt y motivada por
los problemas de salud de mi madre septuagenaria. En febrero de 2013, mi segunda
época de católico practicante y la opinión pública
internacional se vieron conmovidas cuando el papa Benedicto XVI anunció, arguyendo cuestiones
médico-etarias, su decisión de convertirse en el primer pontífice dimisionario en
seis siglos. Lógicamente, me pregunté, como muchos, quién sucedería al papa
Ratzinger. La incógnita recién se me develó en la tarde del 13 de marzo de 2013,
en que debía pronunciarse el cónclave cardenalicio vaticano encargado de
designar al nuevo pontífice. Estaba con mi hermana en una escribanía de Villa
Devoto, tratando un asunto notarial con una escribana, cuya secretaria ingresó
en el despacho de su empleadora, exclamando: “Habemus papa: ¡Bergoglio!”
¿Bergoglio papa? Aquello me había sonado
factible en 2005, cuando Bergoglio figurase entre los posibles sucesores del
papa Juan Pablo II. Ya no lo veía factible
en 2013, con un Bergoglio supuestamente obligado, por cuestiones
etario-reglamentarias, a asumirse como un arzobispo emérito. A los 75 años,
cumplidos en 2011, Bergoglio había debido, según normas eclesiásticas, elevar
su dimisión arzobispal a Benedicto XVI, lo cual parecía tornar harto escasas
las chances de asumir la dignidad papal. Me equivoqué: de encabezar una arquidiócesis,
sita en una ciudad de escasos tres millones de habitantes, Bergoglio pasaba a encabezar
la comunidad católica mundial, con sus 1200 millones de integrantes. El
arzobispo porteño y primado argentino devenía, de la noche a la mañana, en el primer papa no europeo
designado en trece siglos, en el primer pontífice hispanófono elegido en medio
milenio, en el primer papa americano, latinoamericano, sudamericano, hispanoamericano,
argentino y porteño. ¡Tomá mate!, pareció decirle, muy
argentinamente, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner al papa Bergoglio,
al obsequiarle un juego de mate en el Vaticano.
Del candor al papado: ese camino
recorrió, en mi humildísima opinión de bloguero, el papa Bergoglio en apenas
tres años. Casi me arrepiento de haber escrito lo que escribí en mi blog de
2010. Es evidente que no debemos juzgar a los hombres a la ligera, como decía
Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino, a través de su inmortal
capitán Nemo.
El hoy papa Bergoglio tomando mate durante su
arzobispado
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