martes, 9 de abril de 2013

La muerte no se celebra

 Para la Argentina, la última quincena ha estado atravesada por motivos luctuosos. El kilométrico feriado malvínico-pascual[1] estuvo ligado a efemérides luctuosas. La Pascua cristiana incluye el aniversario del brutal deceso de Jesús, cronológicamente semicoincidente con la Pascua judía, que incluye la conmemoración de los ingentes padecimientos experimentados por el Pueblo Elegido durante el doloroso Éxodo hebreo, reeditados durante el cautiverio babilónico del pueblo israelita y potenciados hasta el paroxismo durante los dieciocho siglos de una Diáspora judía coronada por los indescriptibles horrores del Holocausto. La efemérides malvínica de abril está ligada al recuerdo de las numerosas vidas argentinas segadas por el evitable conflicto malvínico anglo-argentino de 1982. Pero Jesús  falleció hace casi dos milenios. Los peores padecimientos del pueblo judío concluyeron hace cerca de setenta años (siendo deseable que se equivoquen quienes acusan actualmente al pueblo judío de haber dejado de ser víctima de un multisecular antisemitismo internacional para erigirse en cínico victimario de un pueblo palestino religiosamente afín a los antiguos protectores musulmanes de unos judíos perseguidos por católicos europeos de épocas pretéritas). Los argentinos muertos en Malvinas fallecieron hace más de tres décadas. Ha habido tiempo para sus correspondientes elaboraciones de duelo. Ninguna elaboración de duelo puede ser vitalicia, ni constituir el principal  motivo vital humano.
Los argentinos acabábamos de conmemorar los sufrimientos del Éxodo judío y los traumáticos fallecimientos de Jesús y los muertos de Malvinas, cuando, en apenas dos días, unas crueles inundaciones segaron miserablemente las vidas de decenas de habitantes de la geografía porteña y bonaerense, como la señora Lucila Ahumada de Inama, Abuela de Plaza de Mayo, quien pereciera ahogada en su hogar platense, tras haber dedicado 36 años de su vida a intentar reencontrarse con su hijo y su nuera, secuestrados por la peor dictadura argentina, y conocer a su nieto, presumiblemente nacido en una tenebrosa cárcel procesista. Las destacables señales de solidaridad hacia las víctimas de las  inundaciones relegaron a un segundo plano las ritualizadas conmemoraciones malvínico-pascuales.
Durante el feriado malvínico-pascual y días subsiguientes, los argentinos conmemorábamos muertes remotas, llorábamos nuevos difuntos e  intentábamos socorrer noblemente a nuestros semejantes caídos en desgracia, secundados desde el Vaticano por el primer papa argentino.
Por esos días hubo ingleses y escoceses decididos a celebrar desembozadamente la defunción de la ex premier conservadora inglesa Margaret Thatcher, cuya agresiva política exterior acelerara el fin de la dictadura procesista, innecesariamente empecinada en una fallida reconquista militar argentina del archipiélago malvínico, obligando al perimido golpismo argentino a considerar seriamente la conveniencia de pasar definitivamente a cuarteles de invierno.
De ser yo ciudadano británico, nunca habría votado a la señora Thatcher, ni aprobado sus cuestionables políticas socioeconómicas, resultantes en un evitable deterioro de los estándares vitales de su gobernado promedio y equiparables con esas tétricas contemporáneas argentinas del thatcherismo encarnadas en las políticas socioeconómicas procesistas, cuyo principal promotor, el doctor José Alfredo Martínez de Hoz, falleciera el 16 de marzo de 2013, poco antes del aniversario del advenimiento del régimen procesista y del reciente feriado malvínico-pascual, sin que nadie intentara celebrar su deceso con champaña descorchada en la Plaza San Martín, cerca de un importante memorial malvínico y de un Edificio Kavanagh habitado por el ex ministro. Se interpretó, con muy buen tino, que Martínez de Hoz no habría sido un hombre querible, pero que no puede celebrarse una defunción como quien celebra un cumpleaños. No es obligatorio llorar a nadie, pero sí es obligatorio respetar el duelo, sobre todo el ajeno. Al menos debe respetarse el duelo de los deudos directos del difunto. Los familiares de Martínez de Hoz tenían tanto derecho de llorar a su nuevo difunto como el portero del Kavanagh a llorar a sus fallecidos.
De ser yo ciudadano británico, nunca habría votado a la señora Thatcher. Pero tampoco habría celebrado su muerte en la plaza pública, como lo hicieran ciertos londinenses apostados en Trafalgar Square al difundirse la noticia del deceso de la ex premier inglesa, secundados en su patria por unos escoceses seguramente deseosos de una independencia escocesa ansiada por los escoceses desde el Medioevo y probablemente materializada en un futuro cercano[2]. Porque una muerte no se celebra, por muy objetable que sea el difunto. No corresponde a sus semejantes, tan falibles como el fallecido, juzgar qué clase de persona fue el difunto en vida. Corresponde a Dios, quien decidirá si corresponde (o no) admitir al nuevo difunto en el Reino del Señor.


Festejando la muerte de Thatcher en la londinense Trafalgar Square




[1] Alusión al feriado malvínico-pascual de marzo-abril de 2013. (N.del a.)

[2] El actual premier inglés David Cameron, correligionario de la señora Thatcher, y su par escocés Alex Salmond tendrían in mente un referéndum sobre la independencia escocesa, a celebrarse en un futuro cercano. El actual partido gobernante escocés propone celebrar dicho referéndum en 2014, año del séptimo centenario de la victoria militar independentista escocesa cosechada sobre Inglaterra en la batalla de Bannockburn, librada durante las guerras independentistas escocesas de los siglos XIII y XIV. (N.del a.)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario