Rosa Isidora González Delgado de Sáenz Peña Lahitte en el jardín de invierno de la Casa Rosada (c.1911)
Buenos
Aires, enero de 1948. En su casa de la porteña avenida
Santa Fe, agoniza la cuasi-nonagenaria Rosa Isidora González
Delgado de Sáenz Peña Lahitte, viuda del presidente argentino Roque José
Antonio Sáenz Peña Lahitte. No lejos de allí, María Eva Duarte de Perón, esposa
del presidente argentino Juan Domingo Perón, trajina incansablemente en aras de
la causa de su marido, haciendo caso omiso del implacable calor estival porteño.
En una Argentina poblada por mujeres frecuentemente obligadas a limitarse a
esperar que algún varón pida su mano, María Eva ha decidido convertirse en mano
derecha de su encumbrado consorte, cuya mano ha firmado muchos papeles desde su
primera asunción presidencial, entre ellos la promulgación de la ley nacional
de sufragio femenino, complemento de la ley federal de voto masculino promulgada
el 13 de febrero de 1912 por el marido de Rosa
Isidora. Pronto se cumplirán treinta y seis años del acto histórico efectuado
por el marido de
Rosa Isidora, aunque su viuda no vivirá para presenciar el magno aniversario.
Rosa
Isidora jamás ejercerá el derecho que su marido decidió limitar a los varones.
Está muy vieja y próxima a expirar. Aunque mucho más joven que Rosa Isidora, María
Eva tendrá una sola ocasión para ejercer el derecho cívico extendido por su
esposo a las mujeres. Y deberá conformarse con ejercerlo desde una cama de
hospital, en las garras del cáncer que la llevará a la tumba a la edad de
Cristo, tras una agonía dolorosa como la Crucifixión.
El sol
estival de enero de 1948 golpea tan duramente a la gran urbe porteña como al
pequeño pueblo bonaerense de Chascomús, donde un joven lugareño llamado Raúl
Ricardo Alfonsín hace sus primeros pininos políticos en un comité radical. Raúl
Ricardo ha optado, a nivel político, por el partido de procedencia de Hipólito
Yrigoyen, primer presidente elegido al amparo de la ley electoral promulgada
por el marido
de Rosa Isidora. El joven chascomusense también será un presidente elegido
al amparo de dicha ley, reforzada, en el caso de Raúl Ricardo, por la ley electoral promulgada
por el marido
de María
Eva. Pero, en ese tórrido enero de 1948, Raúl Ricardo está,
indudablemente, muy lejos de vaticinar su futura presidencia o su fallecimiento
en una casa muy cercana a la casa mortuoria de Rosa Isidora.
Con el
correr de las décadas, Rosa Isidora, María Eva y Raúl Ricardo serán vecinos de
sepultura en el porteño Cementerio de la Recoleta. Pero esa ya es otra historia.
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