El
hispanismo discordia proviene del latinismo dis cordia (que significa
“dos corazones”). El habla popular hispanoparlante concibe efectivamente dos corazones:
el anatómico y el sentimental.
El
principio de autonomía siempre ha sido caro al corazón sentimental de los presuntos
bien pensantes porteños, quienes constituyen menos del diez por ciento de la
actual población de la Argentina, pero siguen actuando como si equipararan
porteñidad con argentinidad, como si la Argentina terminase en la Avenida
General Paz, como si el suelo argentino se limitara a los escasos doscientos
kilómetros cuadrados de territorio porteño y los porteños no pudiesen tolerar
que les adicionen otros casi tres millones de kilómetros cuadrados de Argentina
continental, un millón de kilómetros cuadrados de Argentina antártica y doce
mil kilómetros cuadrados de territorio malvínico, con sus casi cuarenta
millones de habitantes.
Al
caer Juan Manuel de Rosas, los liberales porteños se negaron enconadamente a
sumarse a la Confederación urquicista, presidida por Justo José de Urquiza
desde su feudo entrerriano, y no cejaron en su vil intento hasta lograr la
deposición de Urquiza en Pavón. En 1880, el Congreso sancionó la ley de
federalización de la ciudad de Buenos Aires, cuyo texto fue impreso en hojas
enrojecidas por la sangre de las tres mil vidas humanas segadas por el
conflicto entre el roquista bando federalizador y el tejedorista bando antifederalizador,
mientras el pueblo bonaerense de Belgrano, hoy devenido en barrio porteño y baluarte
de los presuntos bien pensantes porteños, oficiaba de capital provisional de la
República y albergue de un Nicolás Avellaneda forzado a sobrellevar un reñido
final de presidencia.
Durante
el siglo XX, la Universidad Nacional de Buenos Aires y el Poder Judicial de la
Nación empezaron a corporizar el apego de los presuntos bien pensantes porteños
al principio de autonomía. De allí la tendencia de los presuntos bien pensantes
porteños a suprimir el adjetivo calificativo nacional al aludir a la
Universidad Nacional de Buenos Aires y llamarla “Universidad de Buenos Aires” a
secas, (o, simplemente, UBA), sin que ello les impulsara a eliminar el vocablo nacional
al invocar el Colegio Nacional de Buenos Aires, prestigiosa escuela
media paradójicamente dependiente de la UBA y reducto cuasi-sesquicentenario de
numerosos presuntos bien pensantes porteños, recientemente analizado por Alicia
Méndez en su libro El Colegio. La formación de una élite meritocrática en
el Nacional Buenos Aires. Élite meritocrática: término tan
caro al corazón sentimental de los presuntos bien pensantes porteños como el principio
de autonomía.
A
los habitantes del populoso conurbano bonaerense no parece molestarles
considerar nacionales a las universidades públicas del Gran Buenos Aires. No
tienen inconveniente en incluir la N de Nacional al invocar las
siglas de las universidades públicas del conurbano. Como tampoco parece
molestarles a los demás habitantes de las provincias argentinas, actualmente
dotadas de sendas universidades públicas. Al menos en lo tocante a dicha cuestión,
el provinciano promedio denota fehacientemente una cierta capacidad de compatibilizar
recíprocamente los corazones anatómicos y sentimentales. Ese no parece ser el caso de los presuntos
bien pensantes porteños, a quienes el vocablo nacional parece resultar
altamente ofensivo a un principio de autonomía presuntamente sacrosanto y
alusivo al confuso status jurídico investido por la capital argentina desde su
elevación al rango de “ciudad autónoma”, decidida por los constitucionalistas
porteños de 1996. Los presuntos bien pensantes porteños evocan las
intervenciones padecidas por la UBA de épocas pretéritas como criminales
atropellos contra un principio de autonomía necesariamente relativizable en
aras de la evitación de una anarquía netamente perjudicial para el
funcionamiento de la democracia.
La
autonomía judicial también es un principio caro al corazón de los presuntos bien
pensantes porteños, cuyos prominentes multimedios los están secundando
previsiblemente en sus protestas contra un gobierno nacional que, en menos de
lo que canta un gallo, ha anunciado su decisión de obligar a los presuntos bien
pensantes porteños a blanquear a sus mucamas y aceptar que sus empleadas
domésticas tengan tanto derecho a trabajar en blanco y elegir a sus jueces como
a elegir a sus presidentes, gobernadores, intendentes, diputados o concejales.
Demasiado anuncio junto para los presuntos bien pensantes porteños, quienes ya deben estar reservando turno en
las unidades coronarias de elegantes hospitales privados porteños. No vaya a ser
que, de prosperar el proyecto presidencial de ley de reforma judicial, el corazón
anatómico de los presuntos bien pensantes porteños se vea tan dañado como su deteriorado
corazón sentimental.
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