domingo, 14 de abril de 2013

Dis cordia



El hispanismo discordia proviene del latinismo dis cordia (que significa “dos corazones”). El habla popular hispanoparlante concibe efectivamente dos corazones: el anatómico y el sentimental.   
El principio de autonomía siempre ha sido caro al corazón sentimental de los presuntos bien pensantes porteños, quienes constituyen menos del diez por ciento de la actual población de la Argentina, pero siguen actuando como si equipararan porteñidad con argentinidad, como si la Argentina terminase en la Avenida General Paz, como si el suelo argentino se limitara a los escasos doscientos kilómetros cuadrados de territorio porteño y los porteños no pudiesen tolerar que les adicionen otros casi tres millones de kilómetros cuadrados de Argentina continental, un millón de kilómetros cuadrados de Argentina antártica y doce mil kilómetros cuadrados de territorio malvínico, con sus casi cuarenta millones de habitantes.
Al caer Juan Manuel de Rosas, los liberales porteños se negaron enconadamente a sumarse a la Confederación urquicista, presidida por Justo José de Urquiza desde su feudo entrerriano, y no cejaron en su vil intento hasta lograr la deposición de Urquiza en Pavón. En 1880, el Congreso sancionó la ley de federalización de la ciudad de Buenos Aires, cuyo texto fue impreso en hojas enrojecidas por la sangre de las tres mil vidas humanas segadas por el conflicto entre el roquista bando federalizador y el tejedorista bando antifederalizador, mientras el pueblo bonaerense de Belgrano, hoy devenido en barrio porteño y baluarte de los presuntos bien pensantes porteños, oficiaba de capital provisional de la República y albergue de un Nicolás Avellaneda forzado a sobrellevar un reñido final de presidencia.
Durante el siglo XX, la Universidad Nacional de Buenos Aires y el Poder Judicial de la Nación empezaron a corporizar el apego de los presuntos bien pensantes porteños al principio de autonomía. De allí la tendencia de los presuntos bien pensantes porteños a suprimir el adjetivo calificativo nacional al aludir a la Universidad Nacional de Buenos Aires y llamarla “Universidad de Buenos Aires” a secas, (o, simplemente, UBA), sin que ello les impulsara a eliminar el vocablo nacional al invocar el Colegio Nacional de Buenos Aires, prestigiosa escuela media paradójicamente dependiente de la UBA y reducto cuasi-sesquicentenario de numerosos presuntos bien pensantes porteños, recientemente analizado por Alicia Méndez en su libro El Colegio. La formación de una élite meritocrática en el Nacional Buenos Aires. Élite meritocrática: término tan caro al corazón sentimental de los presuntos bien pensantes porteños como el principio de autonomía.
A los habitantes del populoso conurbano bonaerense no parece molestarles considerar nacionales a las universidades públicas del Gran Buenos Aires. No tienen inconveniente en incluir la N de Nacional al invocar las siglas de las universidades públicas del conurbano. Como tampoco parece molestarles a los demás habitantes de las provincias argentinas, actualmente dotadas de sendas universidades públicas. Al menos en lo tocante a dicha cuestión, el provinciano promedio denota fehacientemente una cierta capacidad de compatibilizar recíprocamente los corazones anatómicos y sentimentales.  Ese no parece ser el caso de los presuntos bien pensantes porteños, a quienes el vocablo nacional parece resultar altamente ofensivo a un principio de autonomía presuntamente sacrosanto y alusivo al confuso status jurídico investido por la capital argentina desde su elevación al rango de “ciudad autónoma”, decidida por los constitucionalistas porteños de 1996. Los presuntos bien pensantes porteños evocan las intervenciones padecidas por la UBA de épocas pretéritas como criminales atropellos contra un principio de autonomía necesariamente relativizable en aras de la evitación de una anarquía netamente perjudicial para el funcionamiento de la democracia.
La autonomía judicial también es un principio caro al corazón de los presuntos bien pensantes porteños, cuyos prominentes multimedios los están secundando previsiblemente en sus protestas contra un gobierno nacional que, en menos de lo que canta un gallo, ha anunciado su decisión de obligar a los presuntos bien pensantes porteños a blanquear a sus mucamas y aceptar que sus empleadas domésticas tengan tanto derecho a trabajar en blanco y elegir a sus jueces como a elegir a sus presidentes, gobernadores, intendentes, diputados o concejales. Demasiado anuncio junto para los presuntos bien pensantes porteños,  quienes ya deben estar reservando turno en las unidades coronarias de elegantes hospitales privados porteños. No vaya a ser que, de prosperar el proyecto presidencial de ley de reforma judicial, el corazón anatómico de los presuntos bien pensantes porteños se vea tan dañado como su deteriorado corazón sentimental.
Crispijn van de Passe II. Discordia (1ª mitad del siglo XVII)
      

   

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